Es un lugar común ese que reza que se viaja a través de la lectura. Aunque prefiero viajar en aviones, yo mismo podría coincidir con dicha afirmación. Al fin y al cabo, casi todo lo que conozco del mundo se lo debo a los libros. Y como todo lector de novela negra, soy un viajero frecuente a ciertos destinos: Nueva York es uno de ellos. De modo que mi plan al abrir Strega era recorrer otra vez la Gran Manzana. Ya saben: un poco de acción cosmopolita en la capital del mundo, esas cosas…
Pero me equivoqué. Fiero me equivoqué. Porque cuando abrí Strega, el que me recibió fue Burke. Y Burke, un sujeto que mete miedo de verdad, peleador sobreviviente, me llevó a otro lado, a una Nueva York aterradora que junta la ferocidad del Harlem de Himes y la podredumbre moral del Brooklyn de Selby.
Pero más allá del escenario, Burke es el magnífico astro sombrío que tiene esta novela. Un magnético agujero negro, un personaje que irradia oscuridad. ¿Qué sabemos de él? Como narrador de esta historia, Burke no nos aburre con descripciones de sí mismo. Al contrario, y como debe ser, llegamos a conocerlo por el relato de sus episodios carcelarios, de sus delitos, sus escasas pero indestructibles lealtades, la forma ultraviolenta en que resuelve ciertos entuertos. Ha elegido una familia adoptiva que también dice mucho: Mamá, matriarca dueña de un restaurante chino; Max, un oriental sordomudo y letal, al que Burke considera su hermano; el Profeta y el Topo, dos malvivientes que saben de autos y de explosivos; Michelle, prostituta travesti que le oficia de secretaria callejera. Y Pansy, su enorme perra mastín napolitano, “sesenta kilos de músculo asesino”.
Burke se gana la vida de mil formas distintas, casi todas reñidas con la ley. Su único interés es sobrevivir un día más entre la basura, y le importa poco cómo. Una de sus tantas ocupaciones es la de investigador privado —desde luego, sin licencia—, que trabaja para otros delincuentres como él. Aunque no parece que aceptara fácilmente ninguno, hay un tipo de trabajo que Burke no puede rechazar…
En Strega una enigmática mujer logra contratarlo para que encuentre y destruya una fotografía. En ella aparece un niño siendo abusado por un adulto. Burke tiene algo personal con los pederastas: criado sin familia, en los reformatorios del Estado, se adivina el deseo de venganza que lo atraviesa cuando de abuso infantil se trata. Y sabemos que Burke puede ponerse muy violento: cualquier abusador pedirá a gritos una piedra de molino al cuello y un empujón al mar antes que cruzarse con él.
Además de ser un autor filoso como pocos, seco y magistral para tratar con la violencia extrema de una sociedad —o de toda una civilización—, Andrew Vachss es un abogado neoyorkino de activa lucha en contra del abuso infantil. Defensor de posturas (muy) políticamente incorrectas con respecto este delito, que él considera un flagelo que está llevando a la ruina a la humanidad, ha creado a Burke, especie de alter ego todoterreno, protagonista de una serie de 18 novelas de las que sólo se han traducido al castellano tres: Flood, Strega y Blue Belle.
Habrá que ir por las otras dos entonces.
Traducción: Susana Constante
10/11
Vaya un especial agradecimiento a Juan, Kike y Nicolás, la banda de secuaces de Vachss en Buenos Aires que me introdujeron en tan devastadora y alucinante lectura. Me deben una.
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