Me dije a mí mismo que no era más que un instrumento, una máquina enorme, y que las máquinas eran ciegas. Pero no había comprendido enteramente el alcance de su peso y su fuerza aplastante. Era demencial. No se puede confiar en la máquina. Crea y destruye, y lo hace todo con glacial inhumanidad. Valora a las personas del mismo modo que valora el dinero, el crecimiento de los árboles, el ciclo vital de los mosquitos, la moral o el avance del tiempo. Y cuando suena la hora en el gran reloj, es que, en efecto, ha llegado la hora, el día, el momento preciso. Cuando dice que un hombre tiene razón, la tiene, y si descubre que está equivocado, está acabado, sin apelación. El gran reloj es sordo y ciego.
Claro que yo me lo había buscado.
(Kenneth Fearing, El gran reloj, Barcelona, RBA Libros, 2011, pg 159)
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