Cámara Gesell, Guillermo Saccomanno
¿Cómo
contar algo original acerca de este libro? ¿Se puede agregar más a todo lo que
se viene diciendo en las reseñas, en la web? Hay tantas y tan buenas que es
mejor descartar toda pretensión de originalidad, y limitarse a agregar una
entrada en esto que, después de todo, es bitácora de lecturas. De buenas
lecturas.
Cámara Gesell es un Saccomanno puro. Y
un Saccomanno feroz. Muy enojado. Furioso. A decir verdad, no muy distinto al
Saccomanno de siempre. Pero este libro es el equivalente literario a unos
borcegos pateándote las costillas, la cabeza. Sí, claro, pensás que exagero. Probá
a esconderte en un rincón de tu librería amiga y leerte el primer, llamémoslo
así, “capítulo”. No es largo, como no lo es ninguno: una página o dos nomás. A
ver si te bancás que una voz que aún no conocés te llame “hipócrita lector”.
Que te agarre de la nuca y te hunda la cara en el barro, para que huelas lo que
te espera más adentro. En las calles, en los bosques, en las playas de la
Villa. Más adentro de esta visita guiada al infierno.
Saccomanno
destila ira. Vuelca veneno en estas páginas. Un veneno que sacude y golpea y
altera al lector. Al menos a este lector, que agradece. Y no creo que ese bienvenido
veneno tenga mucho que ver con que Saccomanno lleve veinte años viviendo en
Villa Gesell. Ni que tenga que ver su furia con que haya estado a punto de
perder este trabajo cuando un chorro se llevó su notebook, con cinco años de
laburo adentro. No creo que tenga nada que ver con eso.
Porque
si bien la Villa, el pozo podrido que miramos en esta cámara Gesell literaria, es la villa homónima, Saccomanno la usa
para hablarnos de cualquier otra villa, de cualquier ciudad, de este país, del
mundo entero. Eso es lo inquietante, lo que aleja enseguida cualquier
posibilidad de una lectura de este texto como crónica o escrache de un lugar
específico, y le otorga valor universal. En ese relato amplio, del hombre y sus
miserias, es donde le sale todo el enojo a Saccomanno, la bronca que necesita
para pintar así un mundo así. Pero, ojo:
Saccomanno no es un punkito rebelde y contestatario, tribunero, que escribe
historias sórdidas para tirarle un huesito a la bestia morbosa que todos
llevamos dentro, para que lo mastique un poco y lo escupa al ratito, aburrida.
No: Cámara Gesell es mucho más que
historias sórdidas —engaños, adulterios, violencia doméstica, adicciones,
suicidios—, mucho más que crímenes —asesinatos, abusos, bebés quemados,
violaciones xenofobia—, mucho más que novela negra —corrupción, maldita
policía, manipulación de medios de comunicación—: es una formidable pintura de este
infierno que habitamos. A propósito de pinturas e infiernos, en la página 162
se hace una mención al famoso cuadro del Bosco, “El jardín de las delicias”.
Bastante antes de llegar a ese punto, el texto ya me había llevado a pensar en
esa obra genial (*). Por otra parte, siendo que uno de los personajes que
atraviesa todo el libro, el del periodista a sueldo de los poderosos y viejo
discípulo de Walsh, se llama Dante, la idea de la Villa como el infierno del
florentino también surge enseguida. Referencias obvias, sí, pero también
elecciones conscientes del autor, que conectan el espíritu de esta novela con
el de aquellas obras enormes.
Saccomanno,
quien ha dicho que “esta novela no la escribió, sino que la escuchó”, logra
transmitir una oralidad brutal. Con esa prosa chamuyada —que da cuenta de su oído agudo—, de monólogos de bar o
chismes de peluquería, los narradores le hablan
al lector, lo incorporan a la historia. Podría decirse que lo arrastran al otro
lado del cristal divisor sobre el que funciona el artefacto cámara Gesell,
cuestionando permanentemente su lugar pasivo, intercambiando a la fuerza los
roles de observador y observado, incomodándolo. Lo cierto es que en esos
chismes o en la forma de noticias o anuncios del periódico local, Saccomanno va
hilvanando su fresco con relatos cortos, algunos de ellos perfectos
microcuentos. Construyendo un universo con cientos de personajes cuyas
relaciones desafían la atención del lector.
Paseo
aterrador por una topografía del mal, ese “pueblo que es representación del
infierno”, al cerrar Cámara Gesell
queda la sensación de haber terminado un libro destinado a crecer con el
tiempo, a convertirse en clásico. Premios y grandes ventas aparte, ojalá que este libro también ayude a entender qué
pedazo de escritor tenemos en Guillermo Saccomanno. Alguien que transita los
géneros populares, pero con un bagaje fenomenal de alta cultura, que lleva una
riquísima carrera narrando su visión del mundo, alguien consecuente con sus
ideas y respetuoso de su oficio.
12/13
(*) Es más: veía en “el Jardín de las delicias” un buen
título para esta reseña, hasta que supe que Figueras en el Radar Libros ya le había dado un mejor uso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario