Suena el despertador. Dante abre los ojos: hora de
levantarse. En la efeme Silvina Prieto, la locutora, informa la hora, la
temperatura, la humedad y anuncia el próximo tema musical: Hoy puede ser un gran día, canta Serrat. Cachito Calderón debe
estar levantándose para ensayar su defensa de la licitación trucha de la red
cloacal ante el Concejo Deliberante. Alejo Quirós ya está montando la bicicleta
fija. El padre Azcárate se ceba el primer mate. El comisario Frugone recorre
los calabozos y mira el reloj contando lo que le falta para entregar la guardia.
Dobroslav, nuestro Speer, arranca la 4x4 y encara hacia su gran obra: las Torres
del Paraíso. Pedroza es el primero llegar a la cementera y toca bocina para que
el sereno le abra. El viejo Neri se sirve una taza de café negro, se pone el
traje negro, se ajusta el nudo de la corbata negra y después sale hacia su casa
de sepelios. Pedroza, el de la cementera nueva Pompeya, se encuentra en Poker,
el bar frente al Provincia, con Cabrera, el supermercadista, dos camioneros,
piratas de la falto. Norita se despereza: todavía le queda media hora para
entrar al aserradero. Apenas canta el gallo Malerva sale a la galería y
contempla el cielo rojo acordándose de sus noches de farra cuando, esta hora,
decidía qué chica del Tropicana se llevaba a la catrera. Martínez, en el Aeroclub,
aunque no hay un vuelo hace tanto, está en su puesto de la torre antes de que
amanezca. El doctor Uribe no termina de salir de la ducha que ya está sonando
el celu: un tiroteo en La Virgencita, hay dos pibes baleados esperándolo en
terapia intensiva. Como no pudo pegar ojo en toda la noche, Moni prende un
porro a ver si ahora, con la energía del amanecer, le viene ese verso que
persigue hace días. Dante se sienta en la cama, mira la hora, mea y vuelve
acostarse, otro rato siendo fiaca. Campas quiere retener a Anita para echarse
un mañanero, pero Anita lo aparta: tiene que apurarse para llegar a la Media.
Orellana acelera la moto: no le gusta que lo sorprenda el amanecer haciendo el
delivery de frula. En La Virgencita todavía hay cumbia en la casa de los Reyes:
festejan el asalto a una relojería de la 3, rajaron antes que cayeran los ratis.
Fournier toma un café fuerte, acomoda las acuarelas y el block en la mochila y
sale de su cabaña. Rosita se despertó con un sueño erótico que derivó en una
pesadilla horrible: estaba en un palacio árabe, tenía un harem con varios
hombres, estaba gozándolos a todos y cada uno a la vez cuando se apartaba una
cortina y un bebé que la miraba serio. Rosita se deshace de sus amantes, corre
hacia el bebé y cuando relevante en brazos está muerto. Despierta, se abraza a la
espalda peluda de Dicky y llora en silencio. Qué pasa, amor, le pregunta Dicky.
Nada, le dice, nada. Estoy tan sensible con la espera, dice.
(Guillermo
Saccomanno, Cámara Gesell, Buenos
Aires, Planeta, 2012, pág. 139)
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