Si le preguntás a cualquiera te va a responder lo mismo:
que vino acá porque quería empezar de nuevo, que acá está el mar que purifica,
y que acá, a pesar de lo que se dice, nos conocemos todos. Nuestros defectos se
ven de cerca. Como con lupa. Pero también las virtudes. De acuerdo, nos maneja
un abogado corrupto, vinculado con el poder, pero también ayudó a cuántos que,
sin sus influencias y enjuagues, habría terminado endeudado o preso. De acuerdo,
nuestro intendente es un corrupto, pero cuántos les tiró un puesto y los sacó
de la malaria, a cuántos les arregló una licencia del negocio, a cuántos les
apuró un trámite o les consiguió una cama en el hospital. Vos me dirás que un
constructor destruyó el bosque para levantar esas torres que fueron y son un
negocio inmobiliario, pero considerá a cuántos bolivianos y peruanos les dio
laburo. Que los policías que tenemos ahora no son mejores que los anteriores,
de acuerdo, pero apenas llegaron le metieron bala a un par de chorritos y
calmaron a los cabezas del asentamiento por un rato. Que el cura nuevo también
puede voltearse una feligresa, puede ser, pero cuántas almas alivió con un
perdón, un rezo, una extremaunción. Vos me dirás que la necesidad tiene cara de
hereje y que por eso hacemos la vista gorda. Y yo te digo que nunca sabés cuándo
tenés que acudir a uno que despreciás y entonces, si el otro te hace un favor y
te saca del problema, qué. Hay que ser más comprensivo. Si algo nos distingue es
esto: somos comprensivos. Por eso le abrimos los brazos al que llega.
(Guillermo
Saccomanno, Cámara Gesell, Buenos
Aires, Planeta, 2012, pág. 364)
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