Las cinco de la
mañana en el reloj del buró, las ocho de la noche en su inconsciente crispado.
Un tropel de imágenes le hizo pensar que era mejor enfrentar al terapeuta. Le
llamaría al regresar. Fue al baño, ¿y si le marcaba a Gris y se largaban de una
buena vez? Podrían desayunar en el Playa o en el Shrimp Bucket. No lo consideró
prudente. Vio su rostro demacrado, su barba algo crecida pero no tenía ánimos
de afeitarse. Los lunes son así, un tobogán al vacío, una fruta sin jugo.
(Élmer Mendoza,
Balas de plata, Buenos Aires,
Tusquets Editores, 2008, pág. 91)
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