Se metió al bar
del hotel San Marcos, se echó dos tequilas y tres cervezas en la barra. ¿Qué
hago, le llamo, voy por ella o la olvido? Que haya venido buscarme ¿es una
señal de Dios? Jóvenes, hacen tan buena pareja que quiero verlos juntos, tú,
deja ese estúpido con el que vives y vete con él, es el que te estoy tengo
asignado, y tú, no debes estar solo, ¿acaso no proclamé el amor, no dije amaos los
unos a los otros? Incluso puede contarle tus problemas, toda esa basura que
traes en la mente. La veía caminar al baño a lavarse, la veía regresar fresca,
con el pelo recogido, buscando los cigarros. ¿Te acuerdas cuando se quedaron
dormidos?, que al encender su celular farfulló: Mi marido me va matar. Qué
angustia no saber qué hacer. Pinche inconsciente, casi te matan y sigues
clavado en la Biblia. Por eso estamos como estamos.
El bar se hallaba
a la mitad. Interrumpieron un partido de futbol para dar una cápsula informativa
de la televisora local. Mendieta pidió otro tequila y otra cerveza sin atender
a nada.
Usted es
policía, acusó el cantinero con gesto frío, está saliendo en la tele golpeando
a dos jóvenes involucrados en un choque, un señor lo grabó desde su carro con
su celular; ¿alguna vez cambiarán ustedes?, ¿alguna vez respetarán a los
detenidos?, ¿alguna vez considerarán los derechos humanos?; esos pobres jóvenes
prácticamente masacrados por el insignificante choque contra un poste donde no
hubo pérdidas humanas. Tuvo el impulso de saltar la barra y molerlo a patadas:
Le voy a dar un consejo, amigo, nunca se meta en lo que no le importa. Esto nos
importa todo, señor, México está cambiando, aunque usted no contribuya, ahora
hay más democracia. Democracia mi huevos y deme la cuenta antes de que cometa
una barbaridad, echaba chispas. La casa invita. Invita a tu puta madre, güey,
me das la cuenta o te rompo la madre.
Salió deseando
que fuera a otra vida.
(Élmer Mendoza,
Balas de plata, Buenos Aires,
Tusquets Editores, 2008, pág. 190)
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