Balas de plata, Élmer Mendoza
Edgar
“el Zurdo” Mendieta necesita terapia. Anda medio perdido de amores, y arrastra
una historia fea, muy muy oscura de su niñez. Y encima de todo, o gracias a
todo, es policía en Culiacán. Es en el estado de Sinaloa, en el norte de
México. No es tan al norte para ser frontera, pero “narcotráficamente” hablando
sí, es el mero norte. En ese lugar
aparece asesinado Bruno Canizales, conocido abogado de vida no tan conocida: con
amantes de ambos sexos e integrante de una sospechosa secta, es además hijo de
un funcionario importante con aspiraciones políticas. Lo llaman a Mendieta para
que trabaje en el caso, con la agente Gris Toledo.
Primera
pregunta que se hacen: ¿por qué una bala de plata? Semejante excentricidad bien
podría atribuirse a algún miembro de la Pequeña Fraternidad Universal, la secta
a la que pertenecía el asesinado, pero de quien enseguida sospecharía uno es de
la despechada amante de Bruno, la bella Paola. El problema es que ella aparece
suicidada, con otra arma. El Zurdo descubre que Paola tiene una familia. Y otro
amante, del cual su propia hermana está enamorada. Y unas amigas, entre ellas
la hija de un narcojefe pesado. ¿Narco que tiene algún vínculo político con el
viejo Canizales, tal vez? La trama se complica, comienzan a silbar las balas de
plata y aparecen cada vez más “encobijados”.
Élmer
Mendoza nos arrastra a una novela negra con todas las letras, de ritmo acelerado,
que principalmente entretiene, pero que merece ser leída por varios otros aspectos.
El
primero es la presentación del Zurdo Mendieta. Al policía, que ya protagoniza
otras dos novelas —La prueba del ácido
y Nombre de perro—, no le toca el
mejor escenario para trabajar. Emocionalmente inestable, de vez en cuando se
toma una copa de más. No estoy seguro de que el Zurdo sea de una honestidad
blindada, pero en el contexto de una policía al servicio de los señores de la
droga el tipo resalta como un diamante en un basural. Y, por supuesto, se gana
los enemigos que nadie quisiera tener. El Zurdo es un personaje para no perder
de vista.
El
segundo es la situación de violencia que se respira en los escenarios de la novela.
Si toda novela negra debe dar cuenta de su tiempo y su lugar, y hacerlo a
través del relato del Poder, fuente de toda corrupción e injusticia, Balas de plata lo logra poniendo la
mirada en la brutalidad, en la impunidad, en la ostentación del narcotráfico en
esa zona de México. Es decir, no de los efectos individuales del narcotráfico (no recuerdo ningún adicto en la
novela), sino en sus efectos sociales.
Capos, armas, autos, narcocorridos y nuevos santos populares, el asesinato como
otra forma de muerte natural: esa es la cultura que penetra Élmer Mendoza.
El
tercero es, definitivamente, el estilo. Suelo hojear los libros para evaluar el
“aire” que traen, mirando los diálogos, el perfil de las líneas. Reconozco mi
injusta desconfianza hacia la página llena: para mí, el diálogo es acción,
historia en movimiento. Ahora bien, si hubiera evaluado con ese método esta
novela, nunca la hubiera leído. Y hubiera sido un error serio. La novela tiene
una acción trepidante, y está llena de diálogos. Con un estilo que parece desprolijo
pero que, a mi juicio, está trabajado hasta la obsesión, Élmer Mendoza elige la
forma —polémica— de no usar las convenciones tradicionales de puntuación de los
diálogos. Esta elección tiene sus consecuencias. Las buenas: la oralidad, la
velocidad (alguien me dijo alguna vez que cuando uno escucha un diálogo en la
vida real, este no viene con guiones ni incisos, y uno lo entiende igual). La
no tan buena es que por momentos los diálogos resultan confusos (a ese alguien
que me dijo aquello le contesté que la vida real viene con sonido, no así los
diálogos escritos). En todo caso, esta
elección exige al lector un trabajo extra, y por pasajes, arduo. Más aún cuando
uno no está habituado al slang, que
Mendoza acertadamente pone en boca de todos sus personajes. Con trabajo y todo,
la experiencia no estuvo para nada mal. Al contrario, me interesó mucho desde
lo estilístico. Y reflexioné: ¿por qué cuando me crucé, en alguna otra ocasión,
con este recurso de “des-puntuar” los
diálogos lo percibí como algo pretencioso, un vacío atajo hacia una supuesta “originalidad”,
y por qué en este caso de Balas de plata
no estuve ni lejos de percibir lo mismo? Arriesgo mi explicación: el contexto
de la historia. El vértigo, la sensación
de confusión provocada por este recurso contribuye a transmitir el clima de
la obra toda. Estamos en Culiacán, Sinaloa, a merced de los narcos, aparecen
muertos a cada rato, el detective está medio cascoteado, le pegan de todos
lados. Lo pensé con un ejemplo: ¿sería viable este recurso en una historia
“inmaculada”, “quirúrgica” como un capítulo de algún CSI, o una novela forense de la Cornwell, o el suspenso psicológico
de la Highsmith? Lo dicho: la historia manda, decide los recursos de estilo.
Élmer
Mendoza fue unos de lo invitados de lujo de nuestro Festival Azabache 2013. Si
no lo conociste allí, podés saber más de él en esta interesante entrevista que
le hizo Damián Vives para Evaristo Cultural.
11/13
Interesante autor, que me apunto, e interesante reseña, como siempre.
ResponderEliminarPor cierto, te tengo como enlace en mi blog (luzenlonegro.blogspot.com) desde hace tiempo.
Un saludo.
Anders
Hola, Anders.
ResponderEliminarGracias por la visita y por el link a mi blog en el tuyo.
Lo vi y está muy interesante lo de las series. Lo voy a poner también en mi lista.
Un abrazo,
Ariel