martes, 23 de abril de 2013

Spotty's


Deseaban comer en algún sitio en el que fuera poco probable que les localizasen y donde no estuvieran fuera de lugar con sus gafas negras de adictos a la marihuana. Al fin decidieron ir a un local de la Calle 116 llamado Spotty’s, cuyo propietario era un negro con manchas de piel blanca y casado con una mujer albina.
Tras años de lamentarse de tener todo el aspecto de un descomunal perro dálmata, Spotty había hecho las paces con la vida y abierto un restaurante especializado en lomo de cerdo, judías coloradas y arroz. El local estaba situado entre una fábrica y una empresa empaquetadora, por lo que no contaba con ventanas laterales, y la parte delantera estaba tan espesamente cubierta por cortinas que la luz diurna no entraba jamás en el restaurante. Los precios de Spotty’s eran demasiado bajos y las raciones que servía excesivamente grandes para poderse permitir el lujo de tener encendidas las luces eléctricas durante todo el día. Por tanto, el local atraía a una clientela compuesta de gente que andaba escondiéndose, tipos melindrosos que no soportaban ver las moscas que había en su alimento, pobres que deseaban toda la comida que su dinero les pudiera facilitar, adictos a la marihuana que eludían las luces brillantes, y ciegos que no notaban la diferencia.

(Chester Himes, Algodón en Harlem, Barcelona, Grijalbo, 1995, pg 203)

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