Papá encendió cirios por Chino y Coen en el estante de encima de las
cafeteras. Le rezó a Moisés con un trapo sobre la cabeza y escupió tres veces,
como establece la ley marrana, para que Coen y Chino pudiesen descansar en el
purgatorio. Con todo, tenía poca esperanza en la efectividad de sus plegarias.
No creía que un hombre solo pudiese curar las miserias de los muertos. Papá no
era tacaño. Podría haber contratado a plañideras profesionales para convencer a
los tres jueces (Salomón, Samuel y san Jerónimo) con el grito poderoso de sus
pulmones. Las plañideras tenían tarifas asequibles. Sus llantos podían
atravesar los muros de quien pagase su precio. Pero para Papá, no bastaba con
lamentos. Los muertos necesitaban familias enteras que intercediesen por ellos,
hermanos, hermanas, padres, sobrinos, madres, hijos, todos provistos de chales
y trapos, ofreciendo óbolos a los santos cristianos, prendiendo cirios a
Moisés, recitando letanías hebreas traducidas al portugués del siglo XVI; Coen
y Chino eran hombres sin familia, sin la habilidad para sobrevivir de los
marranos. Papá descartaba toda idea de inmortalidad para sí mismo. Había vivido
como un perro, mordiendo a sus adversarios en la nariz, oliendo la mierda
humana de dos continentes, durmiendo siempre encogido para proteger sus partes
más vulnerables, y contaba con caer como un perro, con sangre en el recto y los
dientes de alguien clavados en el cuello. Pero Papá no pensaba morir de una
sobredosis de Isaac, ni ofrecer a sus hijos a la brigada armada del
Comisionado. Le parecía que Isaac era algo más que un simple hijo de puta. ¿Qué
clase de policía querría erradicar a los seis Guzmann, casi una especie de
hombres? Isaac tenía que ser uno de esos
ángeles destructores que el Señor Adonai envía para atormentar a los comecerdo,
a los marranos que tantos años llevaban escurriéndose entre los cristianos y
los judíos y ya no podían sobrevivir sin Moisés y Jesús (o san Juan Bautista)
en sus lechos, y que habían desafiado la ley de Adonai con sus prepucios y sus
rosarios. Incapaz de pescar a un Guzmann, Isaac se había contentado con un
judío rubio y un criollo de antepasados chinos.
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