Ojos azules, Jerome Charyn
Manfred
Coen es un policía judío y rubiecito. Lo apodan “Ojos Azules”. Nadie en el NYPD
le tiene simpatía: se lo señala como buchón del Comisionado. Coen es, además,
la criatura del inspector Isaac Sidel y, como ahora Isaac cayó en desgracia, sufre
en carne propia el rechazo de sus pares.
El legendario inspector de policía de origen judío Isaac Sidel fue la mano derecha del
Comisionado. En algún momento tomó bajo su ala al joven Coen. Necesitaba su
piel clara y sus ojos azules para una operación encubierta. Pero hoy Isaac va
vestido como un pordiosero maloliente. Fue expulsado del cuerpo de policía,
sospechado de participar de las redes de juego clandestino que regentean los
Guzmann en el Bronx.
Los
Guzmann son una familia de judíos peruanos. El líder del clan es Moisés “Papá”
Guzmann. Tiene una chocolatería, pero en realidad, junto con sus cinco hijos de
madres diferentes, regentean el delito en el Bronx. César es el menor de esos hijos, y el más
inteligente. Coen lo conoce, pues se han criado juntos. Han tomado distintos
caminos en la vida. Pero ahora se vuelven a cruzar: ha desaparecido la hija de
Vander Child, un millonario, magnate del porno. Denuncia mediante, la búsqueda
recae en Coen. Parece que la chica puede estar en Perú o en México, vendida
como prostituta. Se sabe que una de las estrellas de Child, su sobrina Odile,
belleza que tiene encandilado a medio mundo, mantiene algún contacto con César.
¿Tendrá César algo que ver con la desaparición de la chica? ¿Y su lugarteniente
Chino Reyes? Coen y Chino, que se odian, terminan viajando juntos a México a
traer a la chica. César le pide un favor a Coen: que lo vea a Jerónimo, el Guzmann
retardado al que ambos solían proteger cuando adolescentes, ahora escondido en
México.
Esta
trama intrincada y desconcertante es más o menos la columna vertebral sobre la
que se monta Charyn para llevarnos a conocer a su personaje, Isaac Sidel.
Resulta curioso saber que esta novela es “un caso de Isaac Sidel”, dado que el
inspector apenas aparece entre bambalinas en esta historia, que es la primera
de una saga que fue cuarteto y que terminó en una serie de diez novelas. La
relación entre Sidel y Coen, una especie de hijo adoptivo, y los
acontecimientos de esta primera historia serán cruciales en la vida del primero
a lo largo de toda la serie.
Lo
que más sorprende es esta novela es cómo Charyn hace funcionar una trama
complicada, manteniendo el contraste entre su galería delirante de personajes
—que van del grotesco a rozar el realismo mágico—, con el escenario realista de
las calles del Bronx de comienzo de los setenta, con sus confidentes, sus
putas, sus policías sucios.
El
primero de esos personajes es Manfred “Ojos Azules” Coen. Judío que arrastra la
carga del suicidio de sus padres, mantiene el vínculo con su tío Sheb,
internado en un manicomio. Coen tuvo una esposa, que lo abandonó para casarse
con un dentista. No obstante, Coen los visita a ambos, se queda a cenar, y las
hijas del matrimonio lo llaman “papá”. Coen es un solitario que se toma
revancha del mundo en las mesas de pimpón del salón de Schiller (las
descripciones de las partidas de pimpón, no ping-pong, son de verdad
maravillosas: el propio Charyn ha sido un eximio jugador de este deporte). Coen
tiene una devoción enfermiza por su mentor, el enigmático Isaac. Por lealtad a
él, deberá enfrentarse a los “marranos” Guzmann —casi su familia adoptiva—, con
nefastas consecuencias.
En
un segundo plano está el personaje de Sidel. Es relativamente poco lo que
sabremos de él, más allá de su estatura de mito en el departamento de policía. Suele
andar vestido de pordiosero, y sembrando misterio en las calles del Bronx: se
dice que está retirado, o que está oculto y sigue trabajando en la policía, o
que es un traidor al servicio de los Guzmann. Sólo toma protagonismo a partir
de la tercera parte de la novela, pero es suficiente para entender su importancia.
Junto
a ellos hay más personajes, uno más raro que otro —el confidente cojo Anselmo,
el matón Chino Reyes, Schiller, la bella Odile—, entre los que destacan los
Guzmann. Extraña casta de “marranos”, o comecerdo, el linaje de los Guzmann
data del Portugal del siglo XVI. Judíos conversos que, a fuerza de camuflar sus
orígenes para eludir las persecuciones medievales, han terminado creando su
propio e incomprensible ritual judeocristiano —que mezcla a san Jerónimo con
Moisés, a José de Egipto con san Juan Bautista, que admite la ingesta de cerdo
pero prohíbe la circuncisión—. Los Guzmann son personajes de tal potencia que
resulta lógico que se conviertan en los adversarios que perseguirá Isaac a lo
largo de la serie.
Jerome
Charyn tiene un hermano que es policía en Nueva York. Conviviendo con él
conoció la interna del trabajo policial. Juntó todo ese conocimiento, su
cultura judía, su pasión por el pimpón y lo procesó con su estilo limpio, de
descripciones detalladas, precisas. Tanto para la construcción de los
personajes como para dibujar el escenario, esa Nueva York trastornada y sucia,
fusión de tradiciones extrañas, casi tribales, más barrio y menos metrópoli. El
resultado es una novela que se disfruta no tanto por una trama a resolver, sino
principalmente por las tensiones entre esos personajes y el escenario en el que
se mueven.
Traducción: Pablo Álvarez
2/13
No hay comentarios:
Publicar un comentario