A los jugadores ocasionales, los que acudían una vez a la semana al club de
pimpón de Schiller, les hacía gracia aquel poli que jugaba con la placa y la
pistola puestas. Disfrutaban del espectáculo de una pistolera sobre unos
pantalones cortos azules. Y apostaban entre ellos, apuestas de caballeros,
nunca más de un penique o un cigarrillo, a que el poli no podía rematar la bola
con la artillería a cuestas. Schiller no aprobaba aquellas apuestas. No quería
que su club degenerase en un circo. De modo que mantenía a los jugadores
ocasionales lejos de Coen. Pero no era un hipócrita. Ni siquiera Schiller podía
ignorar el peculiar atractivo del uniforme de Coen: la cinta amarilla en la
cabeza, las muñequeras, la Police Special, la camiseta y los pantalones cortos,
la placa dorada y las zapatillas de cuero daban a Coen el aire de un hombre con
una formidable capacidad de concentración y una auténtica pasión por el pimpón.
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