Jake robó el enorme cuchillo en una carnicería situada en las proximidades del barrio judío. Estaba hincado en un cuarto de res colgado de un gancho. Seguramente podré sacar unas monedas de esto, pensó. Lo cogió, lo introdujo entre el cinturón y el pantalón y se largó a todo correr.
Aquella tarde, en Bucks Row, estaba tallando un bastón, sentado en un cubo de madera, cuando una puta le preguntó:
—¿Qué estás haciendo, Jake?
—Tallo un palo de madera.
—¿Para qué?
La conocía. Se llamaba Mary Ann. La odiaba porque era muy fea. Todas las chicas de Whitechapel eran feas. Francamente feas, como simios.
—Para afilar mi nuevo cuchillo.
Y se lo hundió en la tripa.
(Marc Behm, “Jake”, Aullidos, Gijón, Semana Negra, 2008, pg 63)
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