Era el día
libre del Cuquita y lo invité a cenar a la Tienda de Vinos, en Augusto
Figueroa, para celebrar mi nuevo trabajo. Nos colocamos en la mesa del fondo y
pedimos nuestros platos favoritos: Cuquita, el filete de cebón, poco hecho, con
patatas, y yo, el pisto con huevos revueltos. El hijo de Ángel nos había traído
ya la ensalada y una frasca de valdepeñas y nos las estábamos bebiendo tranquilamente.
El local todavía no se había llenado, aunque sabíamos que más tarde, sobre las
diez y media, se llenaría a rebosar. Era una buena casa de comidas que nunca se
pasaba con los precios.
No era la
primera vez que el Cuquita y yo comíamos allí. Cuando queríamos celebrar algo,
solíamos ir a la Tienda de Vinos. Yo llevaba un flamante traje nuevo que me
había preparado Huang el Chino en
tres horas.
(Juan
Madrid, Adiós, princesa, Barcelona,
Ediciones B, 2011, pg 152)
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