jueves, 4 de agosto de 2011

De manzanas y tiempos felices

—La pastilla se compró en un club de Basildon. Hay quien dice que estaba contaminada.

Beardsley niega con la cabeza.

—No. No era una pastilla adulterada. Lo sé con seguridad. Era una manzana. Sabes lo que eso significa, ¿verdad?

Las manzanas eran una nueva remesa de éxtasis procedente de Amsterdam. Extrafuertes. Beardsley había introducido un cargamento de contrabando hacía tan solo un par de semanas.

—Significa que pueden seguir el rastro hasta nosotros.

—Sí, hasta nosotros o hasta la gente de Tony Tucker. Ellos también están traficando con ellas. La poli de Essex querrá culpar a alguien de esto y no nos dará respiro hasta que encuentre a un culpable.

—¿Y…?

—Y vamos a tratar de pasar desapercibidos hasta que todo esto pase. Sí, y a lo mejor alguien debería darles un soplo. Que la gente de Tucker cargue con el muerto.

—¿Estás diciendo que debemos delatar a alguien?

—Bueno, no tiene por qué ser así, ¿no? Se puede hacer, digamos, indirectamente.

—¿Cómo?

—No lo sé. Ya se nos ocurrirá algo, ¿eh?

—Sí.

—Una cosa está clara: los tiempos felices han acabado.

—Beardsley —digo—, los tiempos felices acabaron hace mucho tiempo.

(Jake Arnott, Crímenes de película, Buenos Aires, Mondadori, 2011, pág. 87)

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