A raíz de mi primera aventura, advertí que llevo conmigo un gran bagaje de la casa infeliz y lúgubre donde me crié. Hasta entonces, había creído con toda ingenuidad que era un universitario típico, un chico espabilado, hijo de un sádico superviviente de la guerra y de una excéntrica solitaria, que había sido capaz de convertirse en un americano normal mejor que la media. En cierto modo, todavía anhelo a ser un ejemplo, poseedor de una normalidad difícil de alcanzar, pero me acecha esa sombra que sabe que no lo soy. Nadie lo es, eso también lo sé. Pero mis defectos me preocupan más que los del resto de la gente. El vicio tiene ese atractivo. Significa aceptar quién soy.
(Rusty Sabich)
(Scott Turow, Inocente, Buenos Aires, Mondadori, 2010, pág. 73)
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