No era posible, y sin embargo… Carajo, otra vez no estaba soñando. Se quedó en la cama, mirando el techo, asombrado y reconociendo sentimientos contradictorios: lo aliviaba saberse menos asesino, pero a la vez sentía rabia por todo lo que había pasado, y que pudo no suceder si se hubiese dado cuenta… Pero, ¿qué era eso de sentirse menos asesino? ¿Qué era sino una comprobación ridícula?
Primero fue De Quincey, se dijo, y luego Dostoievski, los que señalaron que los humanos, en alarde de cinismo o de ociosidad, gozamos con el crimen. En algún lugar nuestro disfrutamos, admirativos, el horror de un asesinato. Podemos condenarlo, después, y seremos jueces implacables, pero en un primer momento el crimen nos deslumbra, nos impacta hasta la admiración.
No es posible ser “menos asesino”. Así como si un solo ser te falta, todo está despoblado, así una muerte producida por mis manos es todas las muertes.
(Mempo Giardinelli, Luna caliente, Buenos Aires, Edhasa, 2009, pág 49)
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