Regresé a mi casa y estuve dándole vueltas a la situación. La actitud de Eddie se estaba volviendo muy desconcertante. Era un hombre mayor y, sin embargo, mostraba la temeridad de un joven. Era ridículo. Y aun así se me ocurrió que quizá su comportamiento estuviera en sintonía con su edad. ¿Por qué no nos volvemos más desesperados conforme pasan los años? ¿Por qué cuando menos tenemos que perder más nos aferramos a lo que queda de una mísera existencia? También reflexioné que era propio de Eddie Doyle correr riesgos, invertir toda su energía en una gran jugada. En el fondo, todavía era un reincidente. Parecía que solo se iba a rehabilitar en la tumba.
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