Ya comentada en este blog Se presume inocente, es ahora el turno de la secuela que salió este año. Inocente no es exactamente una “segunda parte”, sino más bien una nueva historia en la que se ven envueltos casi los mismos personajes.
Una mujer amanece muerta en su cama matrimonial. Su esposo la encuentra y, en lugar de llamar a la ambulancia o a la policía, la arropa, se sienta en un sillón, reflexiona sobre la vida que pasaron juntos. En fin, hace su propio velorio durante casi 24 horas. Resulta un poco sospechoso, ¿verdad? Más aún si ese esposo es alguien que, hace una veintena de años, fue juzgado por asesinato. Es cierto que fue absuelto en aquella ocasión, pero no todo el mundo estuvo igual de convencido de su inocencia.
A esta altura, todos parecen saber que Rusty es cualquier cosa menos un hombre “simple”. Todo puede esperarse de él. Pero aún así, sus seres cercanos, en especial su hijo Nat y su novia, la joven Anna, quien trabajó como pasante del mismo Sabich, se hacen la misma pregunta: ¿qué es lo que lleva a Rusty a actuar de esa manera frente a la muerte de Bárbara? ¿24 horas sentado al lado de un cadáver? Preguntas que también comienza a hacerse su eterno adversario, Tommy Molto, hoy fiscal y en otro tiempo ayudante de Nico Della Guardia. Tommy no quedó muy bien parado luego de aquel primer juicio, y desde entonces lo unió a Rusty un vínculo más de odio que de amor. Así las cosas, cuando Tommy, acicateado por su ayudante, encuentra que Rusty tuvo una aventura amorosa en los meses previos a la muerte de su esposa, y que planeaba divorciarse; y se entera de que Rusty ha trasgredido alguna norma como Juez de Apelaciones, y que anduvo averiguado sobre ciertos métodos criminales.… En fin, suman dos más dos y arman un caso. Es entonces cuando Rusty debe recurrir nuevamente al abogado argentino Alejandro “Sandy” Stern, ya en el ocaso de su carrera, para que lo defienda.
Otra vez, lejos de entregarnos un simple thriller legal, Turow nos trae con Inocente una novela de suspenso fenomenal, que reflexiona sobre la Justicia y la forma de administrarla (“Hacemos un poco de justicia, en lugar de no hacer ninguna” es lo que, sabiamente, dice Tommy Molto por ahí). Pero que también es un drama con todas las letras. Un drama que deja muy claro que el verdadero Juicio, aquel del que todos queremos salir absueltos, no ocurre afuera sino adentro, allí donde jurado y juez se funden en eso que llamamos conciencia. Y allí donde, ¡ay!, casi nunca existe apelación posible…
La novela está estructurada de manera muy inteligente. Las voces de Rusty, Nat y Anna (en primera persona) y la de Tommy (en tercera) se van alternando a lo largo de las dos partes que tiene el libro. La primera, que narra una línea temporal compleja —graficada al comienzo de cada capítulo, para gratitud del lector—incluye los sucesos que van desde el cumpleaños de Rusty hasta las elecciones para las que éste se postula, incluyendo en el medio la muerte de Bárbara. La segunda, de desarrollo temporal lineal, narra desde el comienzo del juicio a Rusty hasta el desenlace de la historia.
Dos aspectos desmienten cualquier prejuicio acerca de Turow como un escritor serial de best sellers industriales. Por un lado, lejos del estilo seco y despojado clásico de la novela negra, Turow expone una prosa que es tan elegante como contundente. En una historia que seguimos en gran parte a través de las reflexiones de sus personajes, uno jamás siente que el interés decaiga o la acción baje de intensidad, lo que habla a las claras de la gran pericia del autor. Y por otro, están esos magníficos personajes: el atormentado Nat, la vehemente Anna, el inolvidable Juez Yi (un juez que es una eminencia como jurista sin siquiera hablar bien el idioma local … si Turow nos hace creer esto —y lo hace— es capaz de casi todo), un Sandy Stern enfermo pero aún brillante.
Y claro, ese Ying y Yang que forman Rusty Sabich y Tommy Molto, las dos caras de la misma Bestia Jurídica.
Traducción: Monserrat Gurguí y Hernán Sabaté
7/11
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