domingo, 15 de febrero de 2015

Jornalero del juego

Cos arrojó un papel sobre el mostrador.
—Morlans —me informó, alejándose por el pasillo con Perro, su gato gris, en brazos.
Descolgué el teléfono. Mientras marcaba el número escrito en el papel, fijé mis pensamientos en el Pequeño.
Había topado con él hacía un par de años. Un sujeto de por ahí, un jornalero del juego. Sus manos hacían cualquier cosa sin que tu vista se enterara. Lo que sacaba en el tapete se lo dejaba las tragaperras, la lotería, o el bingo. Engañaba a todo el mundo, incluido a Maza, su socio. No me importaba, le conocía muy bien, no me importaba mientras me reportará beneficios.
—¿Pequeño? Soy Maza. Tengo tu nota. ¿Qué pasa contigo?
—¿Dónde te metes, socio?
—¿Qué ocurre?
—En el Alhambra. Cortaremos oreja, socio. Mañana.
—¿El Alhambra de Torrijos?
—De Torrijos. Ponte un oficio y un nombre, socio.
—¿Otro?
—Sí, uno nuevo. Es tu póliza contra la desgracia.
—¿Viajante?
—… Almacenista de piensos. Y un nombre, socio. Que no sea Morlans.
—De vinos, mejor, almacenista de vinos, de piensos sólo conozco la comida para perros… ¿Albero?
—Albero almacenista de vinos. Dale cuerda al reloj.
Colgamos.
Era la cita para una partida. Yo actuaba como gancho de Morlans, por el 20% de las ganancias. Algo sencillo, sin grandes riesgos, me sacaba un sobresueldo. Pero la buenas partidas escaseaban.

(Julián Ibáñez, Entre trago y trago, Barcelona, Alrevés, 2010, pág 51)


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