Murió con los
ojos abiertos, Derek Raymond
Es verdad que ciertos caminos son
inescrutables. Cómo explicar, si no, que a partir de la lectura de David Peace,
por una entrevista a su traductor, Javier Calvo, haya llegado a este autor,
absolutamente raro y bastante difícil de conseguir en castellano. Pero aquí
estoy, conmovido por la lectura de Raymond, por la existencia de su detective
sin nombre.
En un rincón oscuro del oeste de
Londres alguien encuentra un muerto. Muerto y maltratado y con los huesos
rotos. Bajo la lluvia, parece un borracho más, un indigente cuya muerte es
irrelevante para el sistema. El caso lo toma un sargento del Departamento de
Muertes Inexplicadas de la policía de Londres. El sargento no tiene nombre, y
será el narrador de esta historia oscura, dolorosa, brutal.
La víctima (que sí tiene el largo
nombre de Charles Locksley Alwin Staniland) resulta ser un atormentado escritor
que ha dejado una especie de diario grabado en cintas. A lo largo de la
investigación, el sargento sin nombre las escucha y se mimetiza, se identifica al
extremo con él. Se obsesiona. Establece una relación enferma con Barbara, la
mujer que fue el desvelo de Staniland. Recorre los mismos bares oscuros a los
que Staniland iba a emborracharse. Y resuelve el misterio, aunque casi le
cueste la vida y se lleve heridas imposibles de cerrar.
Murió
con los ojos abiertos es la primera novela de la
tetralogía de “La Fábrica” (así se conoce en ella al departamento de policía).
Todas son protagonizadas por este detective sin nombre, marginal y solitario,
que parece ser el único que se interesa por buscar justicia (o venganza) para
los desclasados y los arruinados, aquellos que nunca tuvieron un futuro. Trabajando
a la contra de un sistema que lo ignora y que, a decir verdad, parece
resultarle indiferente: es él y el asesino, él y la víctima, él y el dolor y la
oscuridad. En esta primera entrega, el hecho de que Staniland sea el escritor
al que conocemos a través del relato de sus memorias, invita a pensar en lo
autobiográfico. Derek Raymond también tuvo una vida de agitado trotamundos.
Coqueteó con el hampa barriobajera de Londres, se radicó en Francia en los años
cincuenta y viajó por Europa, traficando autos, pornografía y obras de arte,
con sus cuatro matrimonios a cuestas, vuelto a Inglaterra para manejar un taxi,
publicó la oscurísima serie de La Fábrica —su primera incursión en el género
negro— durante la etapa más recalcitrante del thatcherismo. Algo que no parece
casual en un autor que se define como libertario y cuyo existencialismo excede la
proverbial boina que luce en casi todas las fotos de sus últimos tiempos.
Violento, brutal y muy políticamente incorrecto, emparentado en más de un
aspecto con James Ellroy, Raymond (cuyo nombre de nacimiento fue Robin Cook) es
uno de los padres fundadores de la novela negra inglesa. Sin embargo, como
suele pasar, él también fue un autor muchísimo más valorado en el polar francés que en su propio país.
La española Ámbar publicó en 2009 las
dos primeras novelas de la serie, pero sus planes de completarla quedaron
truncos. Se conoce sólo otra edición en castellano de la cuarta y última novela
(la que, según muchos dicen, es también la mejor), Requiem por Dora Suárez, publicada en los noventa por Thassalia, y
hoy prácticamente imposible de encontrar.
Traducción: Mario Sureda
10/14
Seguí pinchando: por la influencia que él mismo admite de Raymond,
el link natural para seguir es el admirado David Peace, en especial el Red Riding Quartet. Ellroy también podría ser otro, pero más que nada por su
“Cuarteto de Los Ángeles”, obra anterior a la única que está comentada en este
blog.
Gracias por el dato. Y por el bajón ante la imposibilidad casi cierta de dar con algún ejemplar de los de La Fábrica.
ResponderEliminarGracias por la visita, Caótica.
ResponderEliminarEs difícil de encontrar, pero viste cómo es esto: uno nunca pierde las esperanzas de cruzarse con algún ejemplar perdido... tal vez alguno de ellos sea de la serie de La Fábrica.
Abrazo,
Ariel