La luna de los asesinos,
Donald Westlake

Hubo
una época en que los libros venían en papel rústico de verdad, papel pulp, porque debían ser baratos. Una
época en la que salían cientos de esos libros por semana, porque eran un
entretenimiento tan bueno como cualquier otro, pero más accesible. Esos autores
sacaban tres o cuatro novelas por año, porque ese era el ritmo que les permitía
parar la olla. Una época de mil seudónimos, de tracción a sangre, papel
carbónico y letras de fundición. Donald Westlake (1933-2008), con sus más de
cien libros, es de esa época. Entonces no parecía una buena idea emular a los
clásicos, ahondar en los grandes dilemas morales de la condición humana, pulir
el estilo, aspirar al mármol. No: había que escribir, entregar, vender, cobrar.
Comer. Era una escritura industrial. Pop. Para entretener. De personajes muy
duros, ajenos a toda corrección política. Habrá pilas de autores de esa época
hundidos en el olvido. Pero hay otros que, a fuerza de teclear y teclear,
páginas y páginas, brillan con luz propia en ese universo. Westlake es uno de
ellos. ¿Qué esperamos para llamarlo Clásico,
así, con C mayúscula? ¡Es el tipo que inventó a Parker, alguien debería inaugurar
un Hall of Fame para él solo!
La luna de los asesinos es la decimosexta
novela de Parker (*). Publicada en 1974, doce años después de la inicial,
A quemarropa, es la que cierra la
primera etapa de ese personaje (volvería a salir una recién en 1997, por lo que
durante mucho tiempo fue la “última” de la serie). La trama tiene ciertos
puntos de contacto con aquella. Aquí también Parker vuelve a buscar algo que es
suyo. Esta vez es a Tyler, una ciudad de Mississippi. Allí tuvo que dejar, hace
unos años, un botín escondido en un parque de diversiones. Con su socio, el
actor y ladrón Alan Grofield, Parker confirma que la plata ya no está donde la
habían dejado. Entonces comienza a apretar a Lozini, el jefe mafioso de la
ciudad. Como suele pasar, Parker y Grofield no llegan en buen momento: en unos
días hay elecciones en Tyler, al
capo
Al Lozini le están serruchando el piso sus laderos, sus policías contratados. Y
encima le cae Parker, que lo único que quiere es llevarse de vuelta sus 73.000
dólares. Cuando Grofield es herido, y tomado como rehén, digamos que se pudre
todo: Parker convoca a una docena de delincuentes de todo el país con los que ya
ha trabajado antes. Parker será el cerebro de una operación conjunta memorable
para liberar a Grofield y arrasar con la organización, desatando una batalla
sangrienta, apocalíptica.
Con
casi el doble de extensión que las habituales historias de Parker, La luna de los asesinos es un Parker con
todas las letras. Su estilo, su violencia extrema, los diálogos cortados a
cuchillo, la acción: todos los
ingredientes de la fórmula que ha llevado a Westlake al lugar de clásico que se
merece están presentes en esta novela. Que, por ser “la última”, tiene algún
aroma de coda, con esa convocatoria final de Parker a todos sus colegas. ¿Colegas
o amigos?
Se
ha dicho que Parker no tiene amigos. Que no tiene sentido moral, y que actúa y
piensa —inteligencia extraordinaria— sólo de acuerdo a sus propios intereses,
siempre. Lo que es real. Pero en esta novela, en cierto pasaje, Parker tiene un
diálogo que ha planteado, en su momento, una controversia entre los
“especialistas” en el personaje de Westlake. Que Parker no dice esas cosas, que
no piensa así, que es incoherente. Desde luego, además de que Westlake resuelve
con maestría esa
aparente contradicción,
la explicación es simple: Parker terminó siendo un personaje bastante más
complejo —el propio Westlake decía de él que era “un artista, y sus trabajos
son sus lienzos”— que aquel despiadado asesino que apareció en
A quemarropa.
Cuando
pienso en la influencia de Westlake y Parker en la ficción actual de este
género vuelve a venirme a la mente el Jack Reacher de Child: una especie de
Parker “legal”. Pero, hablando de influencias, bastante se ha hablado de las
que Westlake ha ejercido sobre autores como Elmore Leonard (aunque, pensándolo
bien y en persepectiva temporal, es más lógico hablar de ida y vuelta, de
influencias mutuas en dos carreras paralelas). El humor debe ser una de ellas,
y es algo que se percibe claramente en esta novela y que la diferencia de
aquella primera de la serie.
Cuando
uno lleva algunos años leyendo este género, se hace más fácil detectar “la escritura
original”. Salta enseguida cuando uno se encuentra con ella, la que desparramó
la semilla que uno viene viendo florecer acá y allá, en pilas de autores. Es
esa sensación de “este tipo ya lo había inventado todo”. Como cuando escuchás a
los Beatles, ponele. En este género pasa con Chandler, con Hammett, con Cain.
Y
también pasa con Westlake/Stark: agarrá cualquiera de sus libros y comprobalo
vos mismo.
Traducción: Bruno
Suárez
1/14
(*)
Todas las novelas de Parker fueron publicadas originalmente bajo el seudónimo
de Richard Stark. Llama la atención que esta edición en español aparezca
firmada por Donald Westlake.
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