sábado, 15 de junio de 2013

Un mojado

Nosotros sabemos que matar mujeres es una actividad baja, impropia de un hombre de honor. No es frecuente. Pero se ha hecho y se hará. En 1964, ante las reiteradas faltas al honor de la famiglia cometidas por un miembro femenino de nuestra ndrine se dio la orden. Y se pidió el consentimiento del marido, que aceptó. El asesino podría haber sido cualquiera de la famiglia. Pero quise ser yo el que la matara. Lo pedí como un favor personal y me lo concedieron. Sé que fue un regalo porque muy raramente elegimos el objetivo. Para matarla habían elegido a otro, un giovane d’onore, alguien que no la conocía, aunque no siempre se sigue esa máxima. Costó trabajo que fuera yo el elegido. Ahora tenemos a mujeres en el oficio, cumplen igual que los hombres, pero en aquellos tiempos aquello era impensable. Es muy probable que, de haberse ordenado hoy el castigo, hubieran elegido a una mujer.
No perdí el honor por matarla. Lo perdí porque no maté también a su hermana mayor, mi gran amor, tal como era lógico. Incumplí las órdenes sagradas a las que había jurado servir el resto de mi vida. Y me convertí en un apestado, en un hombre sin honor, un mojado.


(Juan Madrid, Los hombres mojados no temen la lluvia, Madrid, Alianza Editorial, 2013, pág 136)

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