Tomamos un par de cervezas en el bar La Joya de la calle Postas, había sido
el escenario de la primera novela que publicó Delforo en 1980, Simples besos, más de treinta años
atrás. Ya no era como antes —nada es como antes—. Un grupo de tres muchachas
bebían vermús y hablaban de algún lugar adonde ir a cenar. Delforo les indicó
La Tienda de Vinos, en Augusto Figueroa esquina con Libertad, una de las pocas
tabernas auténticas que quedaban en Madrid. No me fijé en las chicas, parecían
jóvenes y ruidosas.
[…]
Nos presentamos los cinco. Ellas eran Luna, Penélope y Cristina. La morena
que me observaba era Cristina. Su mano suave y fuerte apenas estrechó la mía. Hubo
unas cuantas expresiones de asombro cuando supieron que Delforo, en su novela
Adiós, Leticia, me había puesto el nombre de Cristino Matos, uno de sus
personajes, que es abogado. Luna se acordaba de la novela y argumentó que el
personaje, Cristino Matos, era diferente de la persona real que parecía ser yo.
En la novela, Cristino Matos era gordito y taimado, abogado de la curia, y yo,
delgado y muy distinto físicamente del personaje novelesco.
—Nunca he tenido a la curia como cliente —les dije.
—Libertad del escritor —siguió Delforo—. Nos basamos en personas reales y a
partir de ellas creamos los personajes. Yo diría que un personaje novelesco es
una especie de Frankenstein, está hecho de trozos de otros personajes, reales o
leídos. En realidad, lo que más me gustó de aquí, mi amigo, es su aspecto
misterioso. El nombre, Cristino Matos, suena bien, ¿verdad?
—¿Y no le ha importado que lo haya sacado tan diferente? —me preguntó
Cristina.
Negué con movimientos de cabeza.
—Mis clientes no leen a Delforo. Además, no terminé la novela; en cuanto me
di cuenta de en lo que me había convertido, perdí el interés por ella. La peor
venganza que se puede hacer a un escritor es no leerlo. ¿Verdad?
(Juan Madrid, Los hombres mojados no temen la lluvia, Madrid, Alianza Editorial, 2013, pág 86-pág
91)
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