Jorge
envidiaba la otra vida de JW: Stureplan. Jorge había ido de fiesta por ahí
muchísimas veces. Había invitado a pibas a tomar champán a lo grande. Había
comprado a los porteros, se había saltado las colas. Había conseguido llevarse
rollos a casa de lo que había en el mercado de carne.
Sin
embargo faltaba algo. Veía a los chicos suecos. Por mucha plata que gastara no
alcanzaba nunca su nivel. Jorge lo notaba. Cada extranjero de la ciudad lo
notaba. Por mucho que lucharan, se pusieran cera en el pelo, compraran la ropa
correcta, fueran honorables y tuvieran cochazos, no formaban parte de ellos.
La humillación
siempre estaba a la vuelta de la esquina. Se notaba en las reacciones de los
empleados, en los rodeos que daban las ancianas en las veredas y en las miradas
de los policías. Aparecía en los ojos de los porteros, las muecas de las
chicas, los gestos de los camareros. El mensaje, más claro que la política de
segregación de la ciudad de Estocolmo; al final siempre eres sólo un latino.
(Jens
Lapidus, Dinero fácil, Buenos Aires,
Suma de letras, 2009, pg 417)
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