Los amigos
cronistas policiales se acordarán mejor que yo, pero hace un par de años
apareció en los medios argentinos el tema del tráfico de efedrina desde nuestro
país hacia México. Se lo mencionaba como una de las patas posibles de aquella
triple matanza de General Rodríguez. Después aparecieron otras explicaciones:
adulteración de medicamentos, obras sociales con cuentas algo turbias. Asuntos
más de entrecasa, digamos.
Me acordé de aquel suceso
al comenzar Hielo negro, la novela
del mexicano Bernardo Fernández, BEF, que ganó en 2011 el premio Grijalbo de
novela. La historia arranca con una memorable escena en las que seis gorilas
(no hombres grandes, no patovicas:
seis personas disfrazadas de gorilas)
llegan una noche a un laboratorio. Convierten al personal de seguridad en doce
cadáveres, y se llevan dos toneladas de pseudoefedrina. Todo queda registrado
en las cámaras de vigilancia: los gorilas
además de armados, van en patines. Toda una performance de vanguardia.
Como las que le
gustan a la excéntrica Lizzy Zubiaga. Millonaria y bella, se codea con lo más
selecto del ambiente del arte contemporáneo en las galerías europeas, y es un
“peso pesado” en ese mercado. Claro que esa es una cara de Lizzy. La otra es la
que explica de dónde saca sus millones: Lizzy heredó de su padre el poderoso
cártel de Constanza. Lo conduce con mano cruel, pero con cerebro frío. Hábil
conocedora de su mercado, ha visto dónde está el futuro: adiós coca colombiana,
bienvenidas las metanfetaminas. Las drogas de diseño. La más perfecta de ellas
será el “hielo negro”.
La agente de
policía Andrea Mijangos es una mujer robusta —gorda pero durita¸es decir, sexy— y de temer. Metalera por gustos musicales y
por actitud, no tiene su autoestima muy alta. Sólo se siente deseada por el Chaparro Armengol, un corrupto
policía judicial, casado, que es su amante. Andrea y su parejita de patrulla, el
Járcor, intervienen brevemente en aquella masacre del comienzo, aunque enseguida
son desplazados por los federales.
Los caminos de Andrea y Lizzy comienzan a acercarse cuando la agente de policía decide vengar el asesinato de
Armengol, que descubre obra del cártel de Constanza. El explosivo cruce se
produce en el final, con una fiesta electrónica y el caribe mexicano como
escenario.
Hielo negro no es una
“narconovela” a la manera de mi admirada El
poder del perro. Hielo negro es una historia relacionada con las drogas, se
mete con el tema, pero lo que aquella tiene de dramática y difícil, esta lo
tiene de veloz, de entretenida, de divertida.
Esto que para algunos críticos parece ser una contra, un simple lector lo
agradece pues es lo que busca. Utilizando un lenguaje callejero algo áspero
—pero al final comprensible— para los no mexicanos, Hielo negro vende puro entretenimiento, en todo. Desde el arte de
tapa, la estructura en breves capítulos y sus personajes extraños. Y cumple con
lo que promete: entretiene.
Bernardo Fernández,
BEF, es un artista que viene del palo de géneros populares como la ciencia
ficción y el cómic. En alguna entrevista ha deslizado la posibilidad de una
serie con Andrea y Lizzy —presentes en la anterior Tiempo de alacranes—. Los interesados lo indagaremos sobre esto en
algún pasillo del BAN!, el Festival Buenos Aires Negra, que BEF visitará en los
próximos días.
(También será una
buena oportunidad de tirarle un ejemplar de Chamamé,
a ver cómo se las arregla con el argot tumbero local, pinche güey…)
5/12
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