La paciencia de la araña, Andrea Camilleri
Hoy una vez más soy testigo de la
juguetona belleza del azar. Esa mágica e inesperada coincidencia que me arranca
una sonrisa emocionada como la que tengo ahora. Ahora, digo, que me doy cuenta
de que: 1) estoy por hacer a este blog más justo, publicando una entrada de uno
de esos Grandes que aún le faltan; 2) que ese Grande cumple años en este mismo
momento (diferencia horaria mediante), dato que yo ignoraba hasta hace un par
de días; 3) que la que corre es la semana del primer cumpleaños de “La forma en que algunos mueren”.
Desde el título del post ya no hay
sorpresa: ese Grande, pero Grande de verdad, es el maestro Andrea Camilleri. Se
pueden leer pilas de notas sobre don Camilleri, hoy uno de los autores más
populares en Italia (si no el más). Pero, como siempre, uno termina
construyendo su propio ídolo. Nunca lo vi personalmente, ni hablé con él, y
dudo que lo vaya a hacer, pero lo conozco por lo que escribe: juraría que es un
viejo sabio, el tipo que está de vuelta de todo. Me lo imagino tan campante,
ajeno a la locura siglo XXI, anclado (resguardado) en otro tiempo, sin ninguna
de las boludeces que nosotros, los simples mortales, necesitamos como el aire. Sólo
lapicera y cuaderno. Apuesto a que ni celular tiene.
Pero está de vuelta de todo.
Porque su literatura es sencilla. Lejos de las complejidades intelectuales de quienes se empeñan en no narrar, distante de toda presuntuosidad de vanguarida hi-tech, Camilleri es una máquina de contar tan simple y tan eficaz como la milenaria rueda, si se me permite el lugar común. Para contarte de qué va la vida le basta con un personaje, un pueblo, un suceso, y… ¡a rodar!
En La paciencia de la araña volvemos a encontrarnos con el comisario
Salvo Montalbano. Acaba de salir del hospital, donde se recuperó de un balazo
reciente. Ese balazo, y el recuerdo del agresor que él mismo mató, lo
despiertan todas las noches a la misma hora. Está más viejo, y algo sensible. Pero
no está solo: Livia lo acompaña en su casa de Marinella durante la convalescencia.
Hasta que se lo requiere —al fin y al cabo, es el dottore Montalbano— porque han secuestrado a una muchacha en un camino
secundario de Vigatà.
Suficiente. A partir de entonces, no queda mucho más para contar acá. Hay una trama oscura de relaciones familiares, que Montalbano va desentrañando con esa lógica deductiva que le pide prestada al policial más clásico. Y con la sabiduría que le pide prestada a la calle. Por que si hay algo que Montalbano tiene es calle, roce. No es ningún gil, y es muy difícil que alguien lo pase. Tiene su carácter también, y su paciencia se ve exigida cuando debe lidiar con la ineficiencia o la desidia de sus colegas, de los jueces o de los periodistas. Su relación con Livia, con los vaivenes y alejamientos y reconciliaciones, cama o comida mediante, que la hacen tan humana y por eso tan maravillosa, también le cuesta lo suyo.
Tan importante como el
protagonista es toda la puesta en escena de Vigatà. Que es paisajes de mar y
montaña, que es pescados, olivas, panes y vinos. Y que es un puñado de
personajes adorables en la comisaría —los policías Mimì Augello, Gallo, Fazio,
Cattarella—, y en el pueblo. A ver, un ejemplo para que se entienda el cuadro:
en esta novela Montalbano recibe dos propuestas para ser padrino de sendos
bebés. Uno es el hijo de Augello, subordinado suyo. El otro es el nieto de
Adelina, su criada. Esto no dice mucho, excepto que consideremos que el hijo de
Adelina es Pasquale, un delincuente a quien el mismo Montalbano metió en la
cárcel varias veces… Ahora el comisario está a punto de aceptar ¡ser el padrino
de su hijo! Eso lo pinta a él y a Vigatà de cuerpo entero.
Este es el tipo de personaje y de
pueblo que construye Camilleri con una sencillez y una eficacia que provocan
asombro. No logro imaginar otro autor que sea tan popular y a la vez tan de
culto entre los escritores del género.
Éntrele sin miedo, amigo lector:
es imposible no disfrutarlo.
Traducción: María Antonia Menini
Pagès
9/11
Enhorabuena por la reseña y por el aniversario.
ResponderEliminarA cuidarse y a seguir por la misma senda.
Un saludico
Jabi Basterra
¡Gracias, Jabi! Una entrada en Negra con puntillo encendió la mecha que me hizo encontrarme de vuelta con Montalbano.
ResponderEliminarComo ves, leer y escribir reseñas está bueno, pero mejor está conocerse e intercambiar con amigos de cerca y de lejos.
Una vez más, ¡gracias por tu comentario!
Abrazo,
A