El oso, Emilio di Tata Roitberg
El
Oso es Andrés Wladimir Quirós. Es un pibe de unos 20 años, grandote, torpe.
Está volviendo al barrio, en las afueras de Bariloche, luego de pasar un par de
años en cana. Lo condenaron por robo a mano armada e intento de homicidio.
Aquella vez no estaba solo. Lo acompañaba Juancito, alias Zapatero. Pero
Juancito zafó, porque tenía sólo 16 años.
El
asunto es que el Oso está de vuelta, y tiene la intención de enderezarse. De
que todo aquello quede como un terrible error de juventud. Pero no le será tan
fácil. La gente del barrio que lo mira torcido. La familia que sigue igual o
peor (un medio hermano, Pascual, comerciante tránsfuga; su hermano Roberto,
apocalíptico evangelista; un padre jubilado, que mira la tele todo el día). La
acción transcurre a mediados de los 90. Alguien ya había prendido la hornalla
en la que se cocinaría, lenta, la crisis que herviría al país en diciembre de 2001.
En ese ambiente los pibes que el Oso conoce están todos en la misma: robando,
peleando, tomando pastillas. Así las cosas, no pasa mucho hasta que Andrés se
ve metido en medio de una venganza entre la banda de Peña y Juancito, su
excómplice. El Oso no la pasará nada bien cuando esta venganza estalle, al final
de la novela.
El Oso es una novela corta. Poco más de
70 páginas. Felizmente corta, porque no le sobra nada. Es redonda, y se lee de
un tirón. El personaje del oso Andrés está bien construido, sólido. Con
pinceladas precisas. Di Tata Roitberg sabe cómo hacerlo: en lugar de ponernos a
leer cómo “piensa” el Oso, lo pone a actuar y a hablar, para que el lector
entienda lo que siente, lo que vive el personaje. En suma, lo que es. Aunque lo parece, esto que hace el autor no resulta nada fácil de lograr. Menos en una novela tan corta como esta. Hay tres o cuatro
escenas que construyen al personaje y hacen que el lector empatice con él: por
ejemplo, cuando Fatiga lo advierte acerca de una bandita que actúa en el
barrio; o cuando el Oso se cruza con la chica del ombligo; o cualquiera de los
diálogos con Roberto o con Pascual.
Como
suele pasar con las grandes ciudades turísticas, a menudo opulentas, Bariloche
también tiene su contracara, la ciudad oculta detrás del glamour y el cartón
pintado. En este caso es el Alto, el barrio que es escenario de las andanzas de
Andrés. Sin necesidad de descripciones exhaustivas, el autor logra que nos
instalemos allí, en su pobreza periférica. Seguramente contribuye la recreación
del habla callejera que despliega Di Tata, ajustada, verosímil, evitando cualquier abuso de la jerga de esos
que no resisten el paso del tiempo (El
Oso fue escrita hace más de 15 años, y resiste).
Conocía
de la existencia de esta novela desde hace un tiempo. Supongo que a través de
la web, dado el esfuerzo de difusión que se nota que viene haciendo el propio
autor, muy a pulmón, como suele pasar. En este caso, su trabajo sirvió, porque
al menos yo había sido picado por la curiosidad. Sin embargo, nunca había
podido conseguirla. Por eso, cuando la vi en las mesas de novedades de las
grandes librerías de Buenos Aires, editada por Edhasa, me cayó muy bien.
Una
historia redonda, bien contada, bien ambientada, con un personaje principal
interesante —veremos cómo evoluciona Andrés en sus futuras historias, algunas
ya publicadas en la Patagonia—. Una novela que, además de todo eso, tiene la
virtud de la brevedad.
8/13
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