martes, 24 de septiembre de 2013

Yo vivía en el Alto muy contento...

El oso, Emilio di Tata Roitberg

El Oso es Andrés Wladimir Quirós. Es un pibe de unos 20 años, grandote, torpe. Está volviendo al barrio, en las afueras de Bariloche, luego de pasar un par de años en cana. Lo condenaron por robo a mano armada e intento de homicidio. Aquella vez no estaba solo. Lo acompañaba Juancito, alias Zapatero. Pero Juancito zafó, porque tenía sólo 16 años.

El asunto es que el Oso está de vuelta, y tiene la intención de enderezarse. De que todo aquello quede como un terrible error de juventud. Pero no le será tan fácil. La gente del barrio que lo mira torcido. La familia que sigue igual o peor (un medio hermano, Pascual, comerciante tránsfuga; su hermano Roberto, apocalíptico evangelista; un padre jubilado, que mira la tele todo el día). La acción transcurre a mediados de los 90. Alguien ya había prendido la hornalla en la que se cocinaría, lenta, la crisis que herviría al país en diciembre de 2001. En ese ambiente los pibes que el Oso conoce están todos en la misma: robando, peleando, tomando pastillas. Así las cosas, no pasa mucho hasta que Andrés se ve metido en medio de una venganza entre la banda de Peña y Juancito, su excómplice. El Oso no la pasará nada bien cuando esta venganza estalle, al final de la novela.

El Oso es una novela corta. Poco más de 70 páginas. Felizmente corta, porque no le sobra nada. Es redonda, y se lee de un tirón. El personaje del oso Andrés está bien construido, sólido. Con pinceladas precisas. Di Tata Roitberg sabe cómo hacerlo: en lugar de ponernos a leer cómo “piensa” el Oso, lo pone a actuar y a hablar, para que el lector entienda lo que siente, lo que vive el personaje. En suma, lo que es. Aunque lo parece, esto que hace el autor no resulta nada fácil de lograr. Menos en una novela tan corta como esta. Hay tres o cuatro escenas que construyen al personaje y hacen que el lector empatice con él: por ejemplo, cuando Fatiga lo advierte acerca de una bandita que actúa en el barrio; o cuando el Oso se cruza con la chica del ombligo; o cualquiera de los diálogos con Roberto o con Pascual.

Como suele pasar con las grandes ciudades turísticas, a menudo opulentas, Bariloche también tiene su contracara, la ciudad oculta detrás del glamour y el cartón pintado. En este caso es el Alto, el barrio que es escenario de las andanzas de Andrés. Sin necesidad de descripciones exhaustivas, el autor logra que nos instalemos allí, en su pobreza periférica. Seguramente contribuye la recreación del habla callejera que despliega Di Tata, ajustada, verosímil,  evitando cualquier abuso de la jerga de esos que no resisten el paso del tiempo (El Oso fue escrita hace más de 15 años, y resiste).

Conocía de la existencia de esta novela desde hace un tiempo. Supongo que a través de la web, dado el esfuerzo de difusión que se nota que viene haciendo el propio autor, muy a pulmón, como suele pasar. En este caso, su trabajo sirvió, porque al menos yo había sido picado por la curiosidad. Sin embargo, nunca había podido conseguirla. Por eso, cuando la vi en las mesas de novedades de las grandes librerías de Buenos Aires, editada por Edhasa, me cayó muy bien.

Una historia redonda, bien contada, bien ambientada, con un personaje principal interesante —veremos cómo evoluciona Andrés en sus futuras historias, algunas ya publicadas en la Patagonia—. Una novela que, además de todo eso, tiene la virtud de la brevedad.


8/13

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