El 15 de agosto del año pasado, minutos después de que el Emperador se
rindiera, el Consejo de la Policía Metropolitana convocó a los presidentes de
los siete principales gremios del mundo del ocio de Tokio. Entre ellos estaban
los jefes de las asociaciones de restaurantes, cabarets, geishas y burdeles. El
jefe del Consejo de la Policía Metropolitana tenía miedo de que los Vencedores
llegaran pronto a Japón y se pusieran a violar a nuestras esposas e hijas, a
nuestras madres y hermanas. El jefe quería algo que hiciera de «amortiguador»,
de manera que les presentó una propuesta. Les sugirió que los jefes de las
asociaciones de restaurantes, cabarets, geishas y burdeles formaran una sola
asociación central que satisficiera todas las necesidades de los Vencedores y
les proporcionara distracción. Y les prometió que a esta nueva asociación no le
faltarían fondos.
Así nació la Asociación de Recreo y Diversión.
A los nuevos empleados se los encontraba o se los compraba entre las ruinas
de las ciudades y en el campo. Se reabrieron o se crearon salones de baile y casas
de ocio de la noche a la mañana, y la más grande y famosa de todas fue el
International Palace, una antigua fábrica de municiones situada más allá de los
confines orientales de Tokio. Cinco de las residencias de sus empleadas se
convirtieron en burdeles. Una parte de la antigua dirección se quedó para
administrar el nuevo negocio, y algunas de las chicas más guapas se quedaron
para servir a los nuevos clientes, los Vencedores.
Porque en el Palace solo se admitía a los Vencedores.
Solo a los Vencedores se les permitía ir a soltar sus bombas.
Pero el trabajo era duro, y el volumen de trabajo enorme.
La mayoría de las primeras chicas acabaron en el hospital.
Muchas de las demás se suicidaron.
Mejor muertas…
La segunda remesa de chicas eran geishas, prostitutas y camareras,
adúlteras frecuentes y pervertidas sexuales, chicas hechas de una pasta más
dura, demasiado dura para algunos, porque esa primavera el International Palace
fue declarado zona prohibida.
Supuestamente.
(David Peace, Tokio año cero, Barcelona,
Mondadori, 2013)
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