—Antes de que
nos pusieran en zona prohibida, cada una tenía quince clientes al día —me dice—.
Cada cliente pagaba cincuenta yenes, y de eso la mitad era para el encargado y
la otra mitad nos la quedábamos.
—Eso es casi cuatrocientos yenes al día —dice
Nishi, de pronto.
—Casi cuatrocientos —dice la señorita Kato—.
Pero eso era antes.
—¿Y cuántos clientes venían al día?
—Por entonces
casi cuatro mil al día.
—¿Y cuántas
chicas había?
—Trescientas.
—Eso hace cien
mil yenes diarios para la empresa —exclama Nishi—. ¡Cien mil yenes diarios!
—Pero eso era
antes —repite la señorita Kato—. Antes de que nos declararan zona prohibida
para los soldados.
—¿Y ahora? —le
pregunto—. ¿Cuántos vienen ahora?
—Unos diez —dice
ella—. Veinte como mucho.
—¿Y para qué
tenéis un sindicato? —le pregunto.
—Para hacerle
una petición al general MacArthur. —La señorita Kato sonríe—. Al encargado se
le ocurrió que si escribíamos al general MacArthur como sindicato, pidiéndole
que dejara que sus tristes y solitarios marines vinieran aquí, entonces el
general permitiría que el International Palace volviera a abrir.
Niego con la
cabeza. Les damos las gracias.
Les hacemos una
reverencia. Nos marchamos.
Marcharse. Marcharse…
Quiero irme de
este sitio. De este país. Quiero huir
de este lugar. De este corazón.
Quiero encontrar al conductor. Ya…
Vuelvo a entrar
en uno de los barracones.
Nishi me sigue.
Escaleras arriba.
En el pasillo
hay una chica. En el pasillo hay una chica desnuda. En el pasillo hay una chica
desnuda a cuatro patas. En el pasillo hay una chica desnuda a cuatro patas que
no puede tener más de catorce años. En el pasillo hay una chica desnuda a
cuatro patas que no puede tener más de catorce años y a quien está penetrando
por detrás un Vencedor, mientras ella mira por el pasillo interminable en
dirección a Nishi y a mí, con las lágrimas cayéndole por las mejillas,
cayéndole por las mejillas y dentro de la boca, diciendo:
—Oh, qué bueno,
Joe. Gracias, Joe. Oh, qué bueno, Joe. Gracias, Joe. Oh, oh, Joe…
Está mejor muerta. Yo estoy mejor muerto…
Esto es
América. Esto es Japón. Esto es la democracia. Esto es la derrota. Ya no tengo país. De rodillas o de
espaldas, con sangre y semen en los muslos. Ya
no tengo corazón…
Las piernas
abiertas, el coño inflamado por las pollas y el pus.
No quiero tener corazón. No quiero tener corazón…
Gracias,
emperador MacArthur.
No quiero tener país…
Dômo, Hirohito.
(David Peace, Tokioaño cero, Barcelona, Mondadori, 2013)
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