El viento sigue soplando mientras la sirena empieza a sonar, mientras la
voz de la radio de ella anuncia que los aviones enemigos ya están en la punta
sur de la península de Izu, y luego las sirenas empiezan a sonar con más fuerza
y la voz se vuelve más apremiante y Yuki corre hasta el armario, abre la puerta
corredera y se mete entre las mantas, con el corazón a cien y los ojos muy
abiertos, escuchando ya el petardeo de las bombas incendiarias o los silbidos
de las bombas de demolición.
Primero viene la lluvia y luego los truenos…
–Vuelvo en un momento –le digo yo.
Esta
noche yo no tendría que estar aquí…
Bajo las escaleras y salgo a la
calle.
La gente está corriendo, escarbando.
Tendría
que estar en mi casa…
Escondiendo cosas en el suelo de
tierra.
En sus refugios.
¡Pum!
¡Pum!
Las baterías antiaéreas se han
activado, los reflectores surcan el cielo, sorprendiendo a los aviones mientras
empieza el fuego.
Gente con maletas, gente en
bicicleta.
¡Bombardeo!
¡Bombardeo! ¡Llega el bombardeo!
Huelo humo. Me pongo la capucha de
los bombardeos.
¡Rojo!
¡Rojo! ¡Bomba incendiaria!
Miles de pasos en la calle.
¡Corred!
¡Corred! ¡Coged un colchón y arena!
El ruido ensordecedor del cielo.
¡Bombardeo!
¡Bombardeo! ¡Llega el bombardeo!
Me caigo al suelo, al suelo de
tierra.
¡Negro!
¡Negro! ¡Ya llegan las bombas!
Pero ya no hay más que silencio.
¡Tapaos
los oídos…!
Me vuelvo a levantar. Entro
corriendo en la casa.
¡Cerrad
los ojos!
Subo las escaleras y entro en el
armario para coger en brazos a Yuki, para sacarla de la casa, a la calle, las
casas en llamas, la tienda de la esquina, mientras el viento arrecia y las
chispas vuelan, la llevo en brazos por el puente, el canal lleno de gente, un
callejón en llamas, y el siguiente y el siguiente, el cruce bloqueado en las
cuatro direcciones por animales de compañía y bebés, perros y niños, hombres y
mujeres, viejos y jóvenes, soldados y civiles, dando tirones y agarrones,
repartiendo golpes y empujones, dando tumbos y cayéndose, yendo a parar al
suelo con cada nuevo petardeo, con cada nuevo silbido, pisoteando y aplastando
a los más pequeños y a los más viejos, soltando una mano y perdiendo a una
criatura, llamando a gritos y dando media vuelta, repartiendo empujones y golpes,
dando tumbos y cayendo, pisoteando y aplastando.
Yo no tendría que estar aquí…
Tengo que decidir para dónde voy,
hacia dónde escapar; por tres de los lados las casas están en llamas, todo el
mundo está empujando en la única dirección que queda, pero en esa dirección no
hay campos, solo hay edificios.
¡Bombardeo!
¡Bombardeo! ¡Llega el bombardeo!
Me tiro a la zanja que hay a un lado
de la calle con Yuki todavía en brazos y embadurno nuestras capuchas y nuestras
mantas de barro negro y agua oscura. Vuelvo a cargar con Yuki y la saco de la
zanja, en dirección al incendio, en dirección a las llamas, pero ahora ella
está luchando para soltarse de mis brazos, desesperada por escapar.
¡Negro! ¡Negro! ¡Ya llegan
las bombas!
–¡Olvídate del fuego! –le susurro–. Olvídate de las bombas y confía en mí.
Al otro lado de estas llamas está el río, al otro lado de estas llamas hay
vida…
¡Tapaos los oídos! ¡Cerrad
los ojos!
Ahora Yuki se agarra con fuerza y asiente con la cabeza, mientras
regresamos corriendo a los incendios, mientras regresamos a las llamas.
Regresamos a la guerra, a mi
guerra…
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