Otro interno le
explicó más tarde el procedimiento con el cuchillo.
—Vos le tenés
que agarrar así de atrás por su mandígula, chamigo. Levantarle la cabeza y
pasarle la cuchilla así por el
cogote.
Fue durante una
comida. El tipo era un correntino que decía haber estado en Malvinas y
degollado cantidad de gurkas de esa forma. Los demás presos no tomaban muy en
serio su pasado bélico.
—Callate,
paraguayo. ¿Qué vas a ir a la guerra vos?
Alguna
experiencia tendría, porque a la mujer y al amante sí los había liquidado de
esa forma.
Andrés se
sentía intimidado. Llevaba poco tiempo en el penal y no tomaba confianza
todavía. Creyó que la charla había quedado ahí cuando una mano le tapó la boca
y lo tiró con violencia hacia atrás. El mango de una cuchara le recorrió el
cuello de oreja a oreja, dibujando el contorno de su garganta. Los demás presos
soltaron una carcajada pero al Oso se le cortó el aliento, y cuando el otro lo
soltó se quedó todavía en la misma postura, incapaz de reaccionar.
—Así le tenés que
hacer, che Oso. Si hubieran estado más correntinos por las islas, no se la iban
a llevar tan fácil esos gringos añá membuí.
(Emilio di Tata
Roitberg, El Oso, Buenos Aires, Edhasa,
2013, pág. 35)
No hay comentarios:
Publicar un comentario