Cundo le llamó
desde Glades el cuarto día, por la mañana. Foley estaba a punto de subir a la
azotea.
—¿Qué te
parece?
Foley dijo que
era la casa con la que siempre había soñado.
—¿Te gusta, eh?
¿Has visto a Dawn?
—Todavía no.
Acabo de terminar de contar las fotos que tienes de ella. ¿Sabes cuántas son?
—Le hice lo
menos cien, tío. No podía parar.
—Treinta y
siete, sin contar las que están pegadas en la pared, sin enmarcar, porque no te
dio tiempo. Eres un tío importante, Cundo. He visto tus fotos con tus colegas
de Hollywood. Incluso he reconocido a uno o dos. Pero Dawn sale sola en todas.
—Son fotos
íntimas —dijo el cubano—. Las hago cuando percibo algún estado de ánimo
especial.
—Cuando la veo
en las fotos, tengo la sensación de que me está mirando.
—Eso es —dijo
Cundo, al otro lado de la línea.
—Quiero decir
que es como si de verdad me estuviera viendo.
—Sí. Sé lo que
quieres decir: ella sabe que la estás mirando.
—Aunque sean
fotos de hace siete años.
—Casi ocho.
Tiene ese don, tío. Sabe que estás ahí. Verás, cuando le hago una foto, la miro
a los ojos y noto que está pensando algo. Y cuando miro una foto, me pasa lo
mismo. Cuando volvimos de Las Vegas no podía parar de hacerle fotos. Un día
cogí una y le pregunté: «Cariño, ¿en qué pensabas cuando te hice esta foto?».
Me imaginaba que haría una mueca y diría que cómo iba a acordarse. Pero no.
Dawn dijo que no estaba pensando, que estaba sintiendo cuánto me amaba. Todos
estos años sola, tío, y todavía me está esperando; todavía dice que me quiere.
¿Te lo puedes creer?
No, Foley no
podía.
—No se puede
pedir más —dijo—. ¿Cuándo empezaste a hacer fotos?
—¿No te
acuerdas que te conté que el tío que me metió tres balas en el pecho, y que no
me dio en el corazón por muy poco, hacía fotos? De negros en la iglesia,
agitando los brazos. Un cementerio: la gente bajo la lluvia. Una judía vieja
pintándose los labios. Joe LaBrava trabajaba en el Servicio Secreto, pero lo
dejó y se hizo famoso haciendo fotos. Y entonces pensé: ¿Es así de fácil?
¿Ponerse a hacer fotos de la vida normal, de las cosas que ves todos los putos
días, y con eso te haces famoso? Pero hasta ahora sólo he hecho fotos de Dawn.
—Son buenas —dijo
Foley—. Y el cuadro también me gusta.
Y supo que
había metido la pata cuando el cubano preguntó:
—¿Qué cuadro?
(Elmore Leonard,
Perros callejeros, Madrid, Alianza
Editorial, 2011, pág. 51)
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