Lo que ahora era su manera de pensar, no era como entonces. Al principio
había actuado en términos de “nosotros” y “ellos”, dos opuestos, dos grupos
separados a cada lado de la ley, seguro en su creencia de que había una
diferencia definitiva, una línea divisoria. Por la razón que fuera. Quizás
genética o psicológica, pero así era y punto; algunas personas eran criminales
y otras no, y era su trabajo limpiar y purificar la sociedad del primer grupo.
No era una tarea imposible, sólo muy grande. Pero directa en su mayor parte.
Identificar, arrestar y eliminar.
Ahora, al final del túnel del alcohol, de su redescubierta sobriedad
comprendió que ya no creía en eso.
Ahora sabía que todos lo llevaban dentro. El crimen yacía dormido en cada
uno, una serpiente hibernando en el subconsciente. Con el calor de la avaricia,
los celos, el odio, la venganza, el miedo, levantaba la cabeza y atacaba. Si
nunca te había pasado, debías considerarte afortunado. Afortunado si en tu
camino por la vida evitabas los problemas y, cuando llegabas al final, lo peor
que habías hecho era robar clips en la oficina.
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