Postales de Río, Martín Doria
En el último Festival Azabache se
presentó esta novela, que había sido finalista en el concurso de la edición anterior
del festival. No sabía de su existencia hasta que vi allí mismo los ejemplares editados
por Eduvim. Teniendo en cuenta el antecedente de la que fue ganadora entonces, La soledad del mal, de Horacio
Convertini, más el recuerdo de algunos comentarios de los jurados y las
palabras de Guillermo Orsi en la contratapa, no dudé en hacerme de un ejemplar.
Diciembre de 2001. Partido de San
Martín, conurbano bonaerense. Una zona caliente, una crisis desvastadora. En
esas coordenadas trabaja y sobrevive el cirujano Franco Luna. Postales de Río cuenta su historia. La
de un médico quemado, desbordado por todos los flancos. Solo con su perro y su
departamento sucio, distanciado de su familia, odiando su profesión de
pacientes-enemigos, aguantando una noche más a fuerza de rayas de merca mal
cortada. En un hospital asediado, campo de batalla de chorros y narcos, en el
que desaparecen cadáveres, y donde una chica está en coma. Es María del Río. O
directamente Río. Y Luna la espera y la extraña, la ama y la rechaza.
Entre transas baratos, cumbia
villera, un comisario turbio y un país de zombies, que se viene abajo, Luna
transita los días de ese diciembre inolvidable. Un diciembre en el que todo
terminó mal.
Novela nocturna —¿siempre es
noche para Luna?—, de guardia interminable, de pasillos que devuelven ecos
fríos en los días más calientes de nuestra historia cercana, Postales de Río es una novela negra de
puta madre. Mucho más negra que cualquiera de esos thrillers que, liviana y pretenciosamente, se adjudican la
etiqueta. Más allá de lo que pase con Río, de cómo se resuelvan ciertos
entuertos en la villa y con Luna, esta historia es negra porque trata sobre
infiernos. No importa la trama, importan los infiernos. Los de adentro y los de
afuera. Aquí, en este libro, en cualquier nivel en que lo busquemos encontramos
locura y desesperación. Infiernos. Desde el alma hundida de Luna, que alimenta
su odio con falopa y pastillas de muestras gratis, pasando por el hospital
arrasado, el barrio famélico en la periferia de una ciudad que es la capital de
un país en llamas. Del individuo al país, de la Argentina a Luna: un zoom al
infierno.
Alguna vez le escuché decir a un
escritor amigo que, en el fondo, “todos escribimos sobre el 2001”. Me pareció
una visión acertada, tal es la marca que ha dejado esa crisis a una generación.
Y la aparición de esta maravilla que es Postales
de Río le da la razón. Martín Doria —que además de escritor, es médico y se
desempeñó durante mucho tiempo en hospitales del Gran Buenos Aires—, también lo
hace. Ubica en el 2001 esta historia densa, dolorosa, durísima. Pura rabia y
mugre. Con un lenguaje que ahoga, perfecta herramienta para re-crear el clima
asfixiante de aquellos días. Letra negra y potente, Postales es una novela que no tiene nada de divertida pero que yo
no pude dejar de leer.
Dice en la contratapa Guillermo
Orsi —uno de los jurados de aquel Azabache— que esta novela es un viaje al fin
de la noche del que Cèline no habría renegado.
Y, la verdad, no se puede estar
más de acuerdo.
6/13
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