miércoles, 3 de julio de 2013

Cosas que hacen los padres

Ella le contó al ministro la noche en que su padre la había llamado puta. Cómo había estado a su lado en el baño y la había obligado a quitarse el maquillaje con una toalla, jabón y agua. Había llorado mientras él la reprendía y decía que en su casa no. Que no habría ninguna puta en su casa. Fue aquella noche cuando comenzó. Cuando aquello ocurrió dentro de ella. Mientras recordaba los reproches, se dio cuenta de lo que estaba pasando entre ella y el clérigo, porque era un territorio conocido. Le estaba explicando la razón y él quería escucharla. Ellos. Los hombres la miraban, después de que ella hubiese hecho su trabajo, después de que ella hubiese cedido su cuerpo para ellos con manos suaves y palabras acariciadoras, y querían escuchar su historia, su trágico relato. Era algo primitivo. Querían que fuese buena de verdad. La puta con un corazón de oro. La puta que casi era una chica cualquiera. El ministro también lo temía; la miraba fijamente, tan dispuesto a simpatizar con ella. Pero al menos con él, lo otro estaba ausente. Sus clientes, casi la mayoría sin excepción, querían saber si era también algo sexual; buena de verdad, pero también calentona. Su fantasía del mito de la ninfómana. Era consciente de todas estas cosas mientras continuaba su relato.
—He pensado mucho en aquello, porque fue donde todo comenzó. Aquella noche. Incluso ahora, cuando lo pienso, aparece toda la furia. Sólo quería parecer bonita. Por mí misma. Por mi padre. Por mis amigos. Él no quería verlo, sólo quería ver todo lo demás, la maldad. Y luego el tema religioso fue a peor. Nos prohibió bailar, ir al cine, dormir en casa de las amigas o ir de visita. Nos lo reprochaba.
El ministro sacudió la cabeza como si dijese: “Son cosas que hace los padres”.

(Deon Meyer, El pico del Diablo, Barcelona, RBA Libros, 2010, pág 58)


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