Antes de cerrar la puerta Bosch supo que encontraría muerte en el departamento. No había un olor insoportable, no había sangre en las paredes, no había una sola evidencia física en la primera habitación. Pero después de asistir a más de quinientas escenas del crimen a lo largo de sus años de policía, había desarrollado lo que él consideraba un sentido para la sangre. No podía afirmarlo científicamente, pero Bosch creía que la sangre derramada en un ambiente cerrado cambiaba la composición del aire. Y él sentía ese cambio ahora. Le resultaba espantoso reconocer que podría tratarse de la sangre de su propia hija.
(Michael Connelly, 9 dragons, Nueva York, Hachette Book Group, 2010, pág 298, trad. propia)
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