lunes, 6 de junio de 2011

Una voz a escuchar en la novela nórdica

La voz, Arnaldur Indridason

Gracias a Larsson tengo mis reservas para con esa suerte de sub-género —en gran parte también un fenómeno de marketing— que podría llamarse “novela negra nórdica”. Pero como soy un cabeza dura y lucho contra mis propios prejuicios, encaré la lectura de esta novela de Indridason que recibí como regalo. Debo admitir que me llevé una grata sopresa.

En los días previos a Navidad, el inspector Erlendur Sveinsson es convocado a un lujoso hotel de Reykjavik, pues allí ha ocurrido un asesinato. La víctima es el portero del hotel, y las circunstancias son algo sórdidas: lo encontraron en su habitación del sótano, un triste cubo sin ventanas, sentado en la cama, apoyado contra la pared. Vestía un disfraz de Papá Noel, con los pantalones bajados, y un condón en su miembro. Lo habían apuñalado en el corazón.

Erlendur decide alojarse en el hotel mientras investiga. Es un solitario que, de todos modos, tampoco tiene otro lugar adonde ir. Desde allí, secundado por sus colaboradores Sigurdur Óli y Elínborg, dirige su investigación. En ella va descubriendo la triste historia de Gulli, el portero asesinado, que había sido un niño cantor prodigio “de voz celestial”, cuya carrera se vio malograda en la adolescencia. Fue durante una noche nefasta que cambió su vida y la de su familia para siempre. ¿Tendrá esa historia que ver con la forma en que Gulli ha muerto?

El escenario fijo —toda la acción se desarrolla dentro del hotel, que Erlendur nunca abandona— me hizo pensar en las novelas clásicas, en los misterios de “cuarto cerrado”. Sin embargo, mientras avanzan las pesquisas, Erlendur se va encontrando con toda clase de turbios asuntos que constituyen posibles y bien negros móviles del crimen: desde pedofilia hasta drogas, desde prostitución hasta robos y corrupción en el hotel.

El hilo de los sucesos y la forma en que Indridason los relata hacen de La voz una libro muy llevadero y grato de leer. Sin embargo, una vez más, como pasa en las buenas novelas, es el personaje lo que importa. Y Erlendur Svensson es un personaje interesante. Policía solitario y experimentado, muy querido por sus colegas, se lo percibe bastante triste y poco sociable. Erlendur tiene dos hijos con serios problemas: uno, con el alcohol; la otra —Eva Lind, bastante presente en esta novela—, con las drogas. El inspector se siente responsable por ellos, ya que los abandonó desde chicos y sólo retomó el contacto recientemente. Indridason usa, con gran pericia, la historia de la infancia triste de Gulli, la víctima, para hablarnos también de la infancia del propio inspector Erlendur, marcada por la tragedia y para nada desconectada con su vida actual de soledad y abandono.

Es interesante percibir los contrastes culturales de personajes tan “nórdicos”, tan lejanos a nuestra idiosincracia latina. Contrastes que se me hicieron evidentes en dos aspectos. El primero, bien aclarado por el correcto traductor, se refiere al uso de los nombres. Todo el mundo se llama por el nombre de pila. E incluso éste a veces es ambiguo, al punto tal que, por ejemplo, no queda claro si Marion Briem, ex superior de Erlendur en la policía, es un hombre o una mujer. El segundo aspecto es la tremenda frialdad con la que el dolorido Erlendur enfrenta el drama de su propia hija. Por momentos se me hacía inconcebible que un padre pudiera reaccionar de la manera en que el inspector lo hace, por grande que sea la angustia que lo embarga.

Esto habla bien del autor, Arnaldur Indridason. Hay cuatro novelas suyas editadas por RBA, así que habrá que tenerlo en cuenta.

Traducción: Enrique Bernárdez

4/11

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