jueves, 28 de marzo de 2013

Un mapa de luces, un meneo de Dios


Paul se adentró en el parque. El Ojo cogió la Minolta XK y le siguió de cerca. Chicas y chicos andrajosos se desparramaban sobre el césped como si fueran escombros, tocando flautas y guitarras. El Ojo les hizo una foto. Se mofaron de él. Sacó una foto de la fuente. Paul se sentó en un banco y encendió otro puro. El Ojo tomó algunas fotografías del campo de juegos, rebosante de niños. Compró un helado de cucurucho a un vendedor ambulante junto al pabellón. En uno de los senderos un organillero estaba tocando A la sombra del viejo manzano. Le hizo una foto a una niña con una pelota. ¡Cristo! ¿Cómo urdía Dios los destinos de todos estos críos? ¡Tú! ¡Tú allí… ! Tú compondrás nueve sinfonías. Tú serás taxista y tú cartero y tú un detective privado. Tú una mecanógrafa, tú secretario de Estado, tú marica, tú timador. Tú escribirás Coriolano y tú morirás en la silla eléctrica. En el sótano de la calle Fair Oaks había un mapa de la ciudad, tan grande como una pista de baile, recubierto de luces brillantes. Verde para las violaciones, rojo para los homicidios, azul para los atracos a mano armada, amarillo para los accidentes. A lo mejor también había un mapa en el Cielo, un inmenso tablero cuadriculado en el que se seguía la pista de cada uno.
¿Eh, qué hay de ese ojo en el parque? ¿Lo captas? Alto y claro, Señor. ¿Qué es lo que hace? Está comiendo un helado de cucurucho. Vainilla y chocolate. ¿Está tranquilo?
Negativo, Majestad. Tiene un problema de malas vibraciones.
¡Pues pégale un meneo!
Y apareció la chica.

(Marc Behm, La mirada del observador, Barcelona, RBA Libros, 2011, pg 21)

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