La mirada del
observador, Marc Behm
¿De
dónde salió Marc Behm? ¿Qué es lo que hizo a este tipo, que estuvo en Normandia
en el día D, y que después amó a esa tierra invadida al punto de adoptarla como
propia, que fue completamente ignorado en su país natal y que empezó a publicar
de grande, qué fue lo que lo hizo el extraño escritor que es? ¿Genes,
experiencia de vida, formación? ¿Qué?
La mirada del observador
es una obra maestra. Así nomás, lo digo como para empezar y me lo saco de
encima. Esperemos que al terminar de escribir este comentario me quede claro el
porqué: siempre que me encuentro con algo así, de semejante estatura —no muchas
veces— es más lo que sé, siento, intuyo que lo que puedo racionalmente explicar.
La mirada del observador
es la historia de una persecución. Un matrimonio pudiente encarga a una agencia
de detectives que vigilen a la novia de su heredero. Sospechan que se trata de
una caza fortunas. La agencia asigna la tarea a uno de sus detectives. El Ojo.
Así se llama, el Ojo. No parece que sea el mejor detective de la agencia. Mata
las horas en su escritorio gris, resolviendo crucigramas y mirando una foto en
la que se ve un aula con unas cuantas niñas. El Ojo sabe que una de ellas es su
hija, pero no sabe cuál. Hace años que sueña con encontrarla. Un tipo
atormentado por esa foto, este Ojo.
Y
justo a él le encargan que vigile a la novia sospechosa. Con su cámara Minolta
comienza a seguirla, y en poco tiempo comprende que la chica es una asesina
hecha y derecha: liquida a sus maridos ni bien les despluma las cuentas
bancarias. El joven heredero no es el primero, ni será el último. ¿Qué hacer
con ella? ¿Entregarla a la policía, redactar un informe, resolver el caso?
Nada
de eso. El Ojo comienza a perseguirla por todo el país. Al principio se limita
a observar sus crímenes. Los anticipa, incluso. Se obsesiona con esta belleza
de mil nombres. Más tarde comienza a protegerla, a trabajar para que esa mujer,
que ignora su presencia, pueda seguir escapando. Se convierte en su cómplice
oculto, y la convierte a ella en el motor que arrastra su propia vida.
Este
argumento de apariencia simple es todo lo que necesitó Marc Behm para construir
un hechizo en forma de novela negra. Para dejarme con la mandíbula caída,
tratando de entender cómo hace lo que hace. ¿Por qué esta historia con forma de
eterno loop —marido, crimen, viaje—
resulta tan hipnótica? Ensayo mis razones.
Una,
la construcción de los personajes. El de Joanna —digamos que ese es su nombre— es
inolvidable. Una asesina por naturaleza, mata para vivir. Pero el de el Ojo es,
además de inolvidable, innovador. Rompe con todo, es de una nueva categoría: es
el “personaje omnisciente”. Un personaje que todo lo ve, y a quien nosotros
vemos desesperar, enamorarse, delinquir, llorar. Volverse loco en aviones y
trenes, resolviendo crucigramas absurdos, preso de un lazo que sólo podría explicarse
a través de esa hija que es su anhelo último.
Pero
además de los personajes, encandila el estilo de este escritor único, que se
anima a todo. Lírico cuando necesita emocionar, Behm sabe resumir en una línea
miles de kilómetros, y detenerse sólo en lo que importa para su historia: lo
otro pasa veloz. Habrá quien lo lea y de pronto exclame “¡Ey! ¿Cómo hace el Ojo
para saber qué escena de Hamlet está
leyendo ella en un avión mientras un marinero intenta levantársela? ¿Cómo hace
para escuchar sus conversaciones en una fiesta, sin ser detectado por ella?”.
Minucias: una “verosimilitud de bajo nivel” que se le puede exigir a historias corrientes,
pero no a esta. Naturalmente, Marc Behm lo sabe, y no le importa, porque lo
suyo funciona igual. Sospecho que la razón es la maestría con la que el autor
maneja el punto de vista de este raro personaje, dotándolo de la omnipresencia
propia del narrador —la novela está narrada en tercera persona—, sin que al
lector le haga el más mínimo ruido.
La
osadía que se necesita para escribir así tal vez sea el rasgo sobresaliente que
yo encuentre en este autor, hoy considerado de culto. Marc Behm es un escritor
valiente, que se animó a escribir con voz propia y única en este género que
—género al fin— tiene sus convenciones, a veces más rígidas de lo que nos gusta
admitir a los aficionados a él.
El
hecho de que exista tan poco material traducido de este autor, descubierto en
los ochentas por Paco Ignacio Taibo II —que lo publicó en la recordada “Etiqueta
Negra” de Júcar, en la fallida “Círculo Hueco” de Thassália, y hasta en el
volumen Aullidos, publicado en la
Semana Negra de Gijón— aumenta el valor de este “rescate clásico” de Serie
Negra de RBA, con prólogo de Paco Camarasa.
Traducción: Beatriz Pottecher
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