viernes, 29 de marzo de 2013

Anzuelos y electricidad


Lucy, Eve, Josefina, Dorotea, Annie, Dafne, Debra… se dio por vencido al intentar clasificar sus identidades. Todas las fotografías de la Minolta XK se hallaban esparcidas en el suelo de su habitación en el Park Lane, justo en la puerta de al lado de la suite de ella. Se sentó y las miró con avidez. La mejor era la primera que hizo, la joven que vio en el parque a las cuatro de aquella tarde, andando por un sendero de árboles, cuando entró en su vida como Gracia, fustigando con violencia a un descreído.
En otra de las fotografías, tomada en la sala de espera de O’Hare, estaba de pie con las manos en las caderas, mirando fijamente el escaparate de una boutique. El índice de su mano izquierda se curvaba contra su cintura, un patético áspid hecho un ovillo en su nido.
Lo besó suavemente.
La pena se apoderó de él, y le fue envolviendo en un apretón de agonía. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Se mordió el labio, ahogando un sollozo. Éste se hundió en su interior, haciéndole un nudo en la garganta y llenándole los pulmones de anzuelos y electricidad.
Miró la pared.
Ella estaba allí, a menos de cinco metros de distancia, chapoteando en el baño. La podía oír silbar. Se levantó y cruzó la habitación.

(Marc Behm, La mirada del observador, Barcelona, RBA Libros, 2011, pg 60)

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