Asesino
implacable, Ted Lewis
La historia de la literatura está
plagada de injustos olvidos. Libros y autores a los que un misterioso
funcionamiento combinado de mercado, años, circunstancias editoriales y vaya a
saber uno qué pila de otros factores termina condenando al ostracismo, para la
enorme desgracia de nosotros, los lectores. Me animo a decir que, en el campo
de nuestro amado género negro, el de Ted Lewis es uno de esos casos.
Nacido en Manchester y criado en el norte industrial de Inglaterra, Ted Lewis tuvo una corta carrera, ya que el trago le ganó
la batalla cuando tenía apenas 42 años. En un artista de su estatura, tiempo
suficiente para escribir algunas novelas que fundaron el género negro
británico. Ni más ni menos. Y no es que lo diga yo: lo dicen David Peace (1),
James Sallis, Max Alan Collins, Derek Raymond, y una parva de críticos. Y lo
ponen a Lewis en ese pedestal gracias a esta, su primera novela. Asesino implacable es la traducción de su
título original, Jack’s return home.
El debut de Lewis fue adaptado al cine rápidamente, en la memorable Get Carter (Mike Hodges, 1971), con
Michael Caine en el papel de Jack Carter (2). Get Carter está considerada la mejor película criminal británica, incluso
mencionada entre las mejores películas británicas de todos los tiempos. Tal fue
el impacto de su adaptación que la novela misma fue reeditada desde entonces
con su nuevo título en inglés, Get Carter.
(3)
Jack Carter es el narrador de la
historia. Es un matón que trabaja en Londres, a las órdenes de dos hermanos
(según dicen algunos, inspirados en los míticos Kray). La novela comienza con
Carter volviendo a su pueblo natal, a velar a su propio hermano. No es que desbordara
de amor fraterno, más bien todo lo contrario: hay un odio antiguo ahí, entre
quienes eligieron caminos opuestos en la vida. Mientras Jack se alejaba cada vez más de la ley, Frank era un tipo recto, que crió solo
a su hija, Doreen, de quince años. Un tipo legal que jamás se excedía con el
whisky. Nunca. Por eso a Jack le resulta extraño saber que Frank ha muerto en
un accidente de ruta, totalmente borracho. Por eso decide volver a casa y
averiguar la verdad.
Frank trabajaba en un bar, propiedad de
unos mafiosos locales. Esto lo sabe Jack. También sabe que esos mafiosos del
norte son socios de sus propios patrones de “el hollín”, que es la forma en que
allí se refieren a Londres. Desde luego, sus jefes intentan desalentar el viaje de Jack. No les interesa crear conflicto alguno en esa zona. Pero
resulta que por estos días, y más por una mujer que por asuntos de trabajo, la
lealtad de Jack con sus jefes es más bien escasa. Desobedece y viaja igual, para confirmar,
ahí arriba, todas sus sospechas, e internarse en un fin de semana de locura y
muerte, alimentado por su necesidad de venganza, de cerrar cuentas en la
tormentosa relación con su hermano.
¿Por qué asignarle a esta novela
estatura canónica dentro del género negro inglés? Mis motivos son varios.
El primero, el personaje de Carter.
Cruel, violento, no le importa nada cuando se propone un objetivo. Mata y
golpea a todo el que se interponga en su camino, incluso a mujeres. No le
tiembla el pulso al traicionar a sus jefes. Conoce (porque es su medio de vida,
y porque es muy inteligente) la maraña de poderes sucios debajo de la superficie de
una sociedad anestesiada por el bienestar de la posguerra. Ambiguo, tiene una
mirada crítica del status quo del
que él mismo saca provecho. Un personaje tan importante como los mejores del
género. Resumiendo, y para relacionarlo con otro monstruo más conocido, Carter sería
algo así como una versión proletaria del Parker de Stark/Westlake.
Tanto la historia como el estilo son hardboiled puro y duro. Sin respiro,
acelerado, violento, desencantado y crudo. Ni siquiera la relación de Carter con
su hermano Frank, en la que juega un rol importantísimo su sobrina Doreen, contagia
de sentimentalismo ni a la historia ni al personaje. En cambio, les da volumen
dramático a ambos, apartando a Carter del estereotipo del mero pistolero a
sueldo. Hay una historia muy dolorosa ahí, que es el motor que lo impulsa en ese
fin de semana de sangre.
Hay más: la ambientación en un
escenario distinto de la gran ciudad, en el norte de Inglaterra. Si bien no se
menciona el pueblo, podemos imaginar que es como el lugar en el que creció el propio Lewis. Acerías, humo, ladrillos y calles grises son el decorado industrial
del que Lewis muestra el lado oscuro: no la prosperidad, sino la decadencia y
el crimen. Lewis describe con poesía triste y rabiosa el
hacinamiento en los barrios bajos, el alcohol que todo lo baña, los bares
repletos, la niebla del tabaco, los zares del juego, la prostitución y el porno
levantando con pala sus fortunas. Toda la podredumbre que asoma por debajo,
en una época en la que sólo hay ojos para el swinging London, las bandas pop, las minifaldas.
Una perla de este valor merece un mejor
destino entre los amantes del género en nuestro idioma. La única edición que se
conoce (de esta novela, y de toda la obra de Lewis) es de 1974 (4), hoy
prácticamente inhallable. Si sirve como consuelo, parece que hasta en su inglés
original Lewis ha sido un autor difícil de encontrar. Recién a partir de 2004
una editorial independiente de Nueva York se ha propuesto reeditar toda su
obra. Ojalá lo logren. Sería al menos un avance, mientras esperamos la gloriosa
venida de nuestro salvador/editor que acierte a publicarlo en castellano.
Traducción: Matilde Horne
(1): David Peace la ha mencionado en
entrevistas como la novela de la que tomó muchos elementos para 1974, primer volumen del adorado Red Riding Quartet.
(2): el film se estrenó en castellano
como, justamente, Asesino implacable,
lo que explica el extraño título elegido para la publicación de la novela,
posterior a dicho estreno.
(3): hubo otras adaptaciones de la
novela, ninguna muy valorada por la crítica. Una fue Hit man (George Armitage, 1972), una versión blaxplotation de la historia (con Pam “Jackie Brown” Grier). La
otra, más reciente, fue Get Carter (Stephen
Kay, 2000), con Stallone en el papel principal.
(4): La presente edición es del Grupo
Editor de Buenos Aires, para su colección de policiales Laberinto. Nada muy digno de mención salvo por una cosa:
la traducción. Resulta evidente que fue hecha en Argentina, tanto por el uso,
algo forzado, de modismos locales (los policías son “canas”, el saludo, “chau”,
el bolígrafo, “Biro”, Carter lleva la ropa en un “bolsón”, etc.) como por esa
censura algo naif que "sugería" reemplazar
“hijo de puta” por “h… de p…” o carajo por “c…”. Estas curiosidades algo
molestas me llevaron a reparar en el nombre de la traductora. Gran sorpresa me
llevé cuando vi que se trataba de Matilde Horne, la misma que tradujo a Tolkien
para la Minotauro de Porrúa. Aunque arriesgaría que se trató de uno de sus
primeros trabajos, vale la mención para recordar cómo fueron las cosas alguna
vez en esta orilla del Río de la Plata.
Seguí pinchando: si asumimos que Ted
Lewis está en el ADN del noir británico, qué mejor que darse una vuelta por algunos de
los eslabones posteriores de esa evolución. Primero con Derek Raymond, creador del detective sin nombre, de La Fábrica, y después
con los contemporáneos (y simultáneos, aunque muy diferentes) David Peace y
Jake Arnott.
Estupenda entrada, Ariel!
ResponderEliminarGracias por la visita y por tus palabras, amigo. Valen mucho, viniendo de alguien que mantiene un blog de la calidad del tuyo.
ResponderEliminarGran abrazo,
A