viernes, 22 de mayo de 2015

La nueva Clase Media

En el interior, el decorado era típico de una película británica de categoría B, solo que mucho mejor iluminado.
La clientela creía ser selecta. Había chacareros, propietario de estaciones de servicio, dueños de cadenas de cafeterías, electricistas, constructores, dueño de canteras: la nueva Clase Media. Y ocasionalmente, pero nunca con ellos, sus terribles retoños. Jóvenes que piloteaban máquinas Sprite, de acento no muy refinado pero diez veces mejor que el de sus padres, con sus botas de cabritilla, sus chaquetas de caza, sus amigas educadas en colegios semi-distinguidos; probando la suerte de los sábados, después de la cerveza en el Cisne Negro, con la esperanza de una buena racha que acelere la realización de los sueños: un Rover para él, un auto pequeño para ella, y el chalet moderno, estilo campesino, no lejos de la autopista, para facilitar las compras en Leeds los fines de semana.
Mire a mi alrededor y vi a las esposas de la nueva Clase Media. Ninguna vestida con elegancia. Ninguna que no diera la sensación de estar enferma de celos o de envidia. De jóvenes, no habían poseído nada; la suerte había llegado junto con la guerra, y el cambio las había tomado tan de sorpresa que no podían dejar de ambicionar cada vez más, siempre insatisfechas. Era esa clase de gente la que me convencía de que yo tenía razón.

(Ted Lewis, Asesino implacable, Buenos Aires, Grupo Editor de Buenos Aires, 1974, pág 52)


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