Estudié el estante con las armas que
recorría toda la pared de mi derecha y pensé en lo que la gente suele decir,
que las armas han convertido este país en lo que es hoy, y me pregunté si eso
sería bueno o malo. Una casta combativa, pero no la juzgaba con severidad, de
eso se encargaría la historia. Las diez guerras importantes y las incontables
refriegas de los últimos doscientos años hablaban por sí solas, pero eso era la
historia política, no la personal. Si bien a mi me criaron en un rancho, el
amor por las armas nunca me tocó, puede que mi padre tuviera algo que ver. En
su opinión, un arma era una herramienta, no una estúpida deidad. Los tíos que
le ponía nombre a sus armas le preocupaban tanto como a mí.
(Craig Johnson,
Fría venganza, Madrid, Siruela, 2012,
pág 137)
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