Noches sin lunas ni soles,
Rubén Tizziani
Cairo
es un ladrón que está preso. Lo cazó el comisario Maidana. En un juzgado Páez y
su gente ejecutan perfectamente un plan para liberarlo. Hacen este trabajo por
pedido de Cairo, que necesita salir para ver a Natale, amigo y cómplice que agoniza
en Paraguay. Quiere llevarle su parte de un botín escondido, de un golpe que
dieron juntos tiempo atrás. Claro que Páez no se contentará con cobrar por su trabajo,
sino que planea mejicanearle a Cairo ese botín completo. Lo primero que hace,
entonces, es esconderlo en una casa de Capital. Su propio bulín. En el que está
Ana. Joven, bella, triste, Ana fuma en camisón y Cairo, muy a su pesar, no
puede sacarle los ojos de encima. Y es este encuentro el que va a lanzar a
rodar la historia, porque esa misma noche Cairo se escapa de la casa, y Ana se
va con él.
Doblemente
perseguidos —por el temible Maidana y por Páez— Cairo y Ana se esconderán
juntos durante el par de días que concentra la acción. Es el tiempo que Cairo necesita
para organizar su huida: conseguir documentos, visitar a los padres de Natale,
buscar la plata. El tiempo corre, sus perseguidores van cerrando el cerco y
Ana, quiebre impensado en la vida delictiva de Cairo, no logrará torcerle el
brazo al destino que lo espera en el terraplén de las vías del San Martín, en
Palermo Viejo.
Lo
que al principio es para Cairo un escape más, como tantos en su larga
trayectoria de ladrón —de la policía, de otras bandas— se transforma
radicalmente cuando aparece Ana. Y cuando acepta llevarla con él. Porque con
ella al lado Cairo debe admitirse a sí mismo que esta es la última oportunidad
de huir de su destino. Un destino en
el que tratan de hundirlo tipos como Maidana y Páez, en el fondo tan
prisioneros como él.
Novela
negra pura y dura, tensa y veloz, Noches
sin lunas ni soles es también una historia de códigos y de amistad, y a la
que la posibilidad lejana del amor le instala esa tristeza tanguera tan propia
de la literatura de Tizziani. Esa visión trágica, y el lunfardo arcaico que
clava la historia en época y ambiente, esbozan un puente con ese género musical
que, pensándolo bien —alguien en esta o la otra orilla del Río de la Plata
debería hacerlo alguna vez— tiene su profundo costado negro y criminal.
Es
cierto que hay obras que uno lee, como se dice en el fútbol, “con la camiseta
puesta”. Por afinidades de diversos tipos, las novelas de Tizziani funcionan de
esa manera para mí. Por su lenguaje, que lo escuchaba a mis mayores; por las
películas que se filmaron con sus historias y que vi en mi adolescencia (*);
por retratar una época que, debido a mi edad, no podía comprender pero, según supe
más tarde, sí pude respirar. Por todo esto que (me) provoca me animo a decir
que Tizziani es mejor narrador que escritor. Aún con sus imperfecciones —algunos
problemas de punto de vista, algunos repeticiones—, que me gusta atribuir a una
imaginaria “prepotencia de trabajo”, construye personajes y climas que no se
olvidan. Cairo, delincuente de oficio y con códigos, cuya potencia como
personaje comienza desde su mismo nombre, es uno de ellos. La efímera relación que
encara con Ana, aún sabiendo que transita sus días finales, habla mucho de él.
Y a la vez es un buen ejemplo del oficio de Tizziani, que hace jugar la tensión
erótica a favor del suspenso de la historia (más allá de la trama, no perderse los
capítulos 13 y 14, en los que los amantes se cuentan sus vidas mientras fuman
en la cama, y alcanzan un clímax sexual de antología).
Sin
dudas, Rubén Tizziani ocupa un lugar destacado en nuestra literatura de género
negro. O debería ocuparlo. El rescate que de parte de su obra hace la colección
Código Negro es muy valioso y de alguna manera hace justicia con un autor que
merece la mayor difusión que pueda dársele.
4/14
(*):
la película de José Martínez Suárez, de 1984, tuvo, además de persecuciones automovilísticas
inéditas en nuestro cine, grandes interpretaciones de Alberto de Mendoza,
Arturo Maly, Lautaro Murúa y Luisina Brando, cuya morocha sensualidad se grabó
para siempre en mi memoria. Y ahí seguirá, por más que ahora sé que la Ana de
la novela es rubia. Misterios del casting.
Seguí
pinchando: Rubén Tizziani tiene otra novela policial publicada y llevada al
cine. Por supuesto, la reseña en su blog amigo, pinchando aquí. Pero eso no es
todo. Si te interesó esta obra de Tizziani, tal vez debería pasar a ver lo que
hay de Juan Damonte. Pero lo que es seguro es que no deberías perderte nada de
lo que escribe Guillermo Orsi, un propagador incansable y gran admirador de la
obra del santafesino creador de Cairo. No sólo por el valor en sí mismo de la
obra de Orsi, sino para apreciar en directo la reconocible influencia de un
autor en el otro. Código Negro ha publicado a Damonte y hará lo mismo con
Guillermo Orsi.
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