Mi ángel tiene alas negras,
Elliott Chaze
Pensando
en los grandes libros y en las tramas simples se me vino la imagen de un par de
vías de tren. Una trama puede ser como las vías de un tren: sencilla, recta,
plana. Hasta repetida. Sin embargo, sobre esa vía puede correr desde una modesta
zorra, hasta un lujoso tren de pasajeros o un infinito convoy de carga,
impulsado por varias locomotoras poderosas. Eso es lo que importa: la historia
que se cuenta, que va arriba de esa trama sencilla. Y todo eso lo pensaba a
propósito de esta pequeña joya que es Mi
ángel tiene alas negras.
Tim
Sunblade es el antihéroe de esta historia. Es un muchacho de veintisiete años, sureño,
que estuvo preso, que fue operario petrolero y soldado en el Pacífico, y que
está “harto de ser pobre”. En el sur de Louisiana conoce a Victoria, una
prostituta. No tardan en emprender juntos un viaje “a cualquier parte”. Pero
resulta que no es tan cualquiera: es Denver, en Colorado, donde Tim piensa
ejecutar su plan para el robo a un camión de caudales. Como resulta que
Victoria también está huyendo, le viene bien asociarse con Tim para dar el
golpe y cambiar la suerte. Digamos que, hasta acá, es una trama de tantas,
motorizada por el dinero y el sexo. Una par de vías sobre las que Chaze lanza a
correr su tren, la historia que quiere contar: una historia de amor y de
derrota.
Porque
Mi ángel tiene alas negras es eso y
no otra cosa: la historia de un amor extraño. Enroscado, con vaivenes de
tormenta, con desconfianza y desenfreno, pero amor al fin. Claro que contado en
clave de novela negra: con un protagonista perdedor y una mujer fatal, atrapados
en una sociedad que no sólo se ríe de sus desventuras sino que los invita al
delito, en la creencia de que la libertad está en nadar un mar de billetes,
¿qué otra cosa puede ser si no una novela negra?
Y una
de las buenas, en este caso. De esas que uno agradece cuando se le cruzan en el
camino. Porque encontrarse con un estilo como el de Chaze, y con una traducción
como la de Carlos Gardini —ese gran escritor argentino cuyas traducciones me
hicieron amar a Ellroy— es cualquier cosa menos frecuente. Una escritura depurada,
con brillo poético en las descripciones, perfecta para moldear y pulir estos
personajes sólidos. Con la voz de Tim como narrador en primera persona, con el
humor justo que se destila del cinismo y la ironía manejados con maestría,
Chaze nos lleva a ver los corazones desgarrados de este dúo, cruzando medio
país hasta alcanzar el más melancólico de los finales.
Una
novela brillante de un autor desconocido —aun cuando Elliott Chaze fue un narrador
y periodista prolífico y de culto en su país, esta sería su única obra
traducida al castellano—, que se convierten en el secreto negro mejor guardado del excelente catálogo que está
construyendo La Bestia Equilátera.
Traducción: Carlos
Gardini
3/14
Seguí pinchando: Por el vuelo de su estilo, por los
personajes, por el viaje hacia “cualquier parte”, si te interesó esta obra, tal
vez te interese conocer a otro autor de culto comentado aquí: Marc Behm, en
especial su novela La mirada del observador.
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