—¿De veras?
—Sí, tenía diez reglas. Recuerdo que me las escribió en servilletas de papel.
—¿Y tuvísteis éxito?
—Durante unos tres meses.
—¿Estabas contento?
—Cuando no me moría de miedo. Era muy diferente de robar un Cadillac y venderlo en Ohio por piezas, pero se ganaba mucho dinero.
—Dime alguna de esas reglas.
—Ser siempre educado durante el trabajo. Decir “por favor” y “gracias”.
—¿En serio?
—Ayuda a mantener la calma. No llamar nunca por su nombre al compañero mientras estás en el lugar de trabajo. No usar nunca el coche propio. No enseñar nunca el dinero. No decir nunca a nadie a qué te dedicas... Cosas así, de sentido común. Y funcionaban.
—Entonces, ¿por qué os cogieron?
—Nos olvidamos de la regla número diez. No tratar con gente conocida por pertenecer al mundo del hampa. Colaboramos con unos tipos que conocía Frank y… bueno, no salió bien.
(Elmore Leonard, Jugar duro, Barcelona, Ediciones Versal, 1987, pág. 164)
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