La química de la muerte, Simon Beckett
Adquirí mi ejemplar de La química de la muerte en la Feria del Libro de Buenos Aires, este año. Esto significa que lo adquirí unos días antes de que apareciera en las librerías. ¿Por qué esta urgencia? Por dos motivos: el primero, los muy buenos antecedentes de la colección Roja & Negra que habían pasado por mis manos (alguno ya comentado en este blog); y el segundo, que había leído, ya no recuerdo si en la web, aunque es muy probable que haya sido ahí, el espeluznante comienzo de la novela.
David Hunter es el protagonista de esta historia. Antropólogo forense retirado, vive ahora en un pueblito rural en Inglaterra, trabajando en el consultorio del médico del pueblo, quien está enfermo y necesitado de un colaborador. Desde luego, David, profesional joven, inteligente y capaz, tiene sus motivos para elegir retirarse a ese entorno chato y sin sobresaltos: una tragedia familiar que necesita dejar atrás.
Un día, unos niños descubren en un bosque el cadáver en descomposición de una mujer. Tiene unas alas de cisne clavadas en la espalda, lo que cancela toda posibilidad de una muerte accidental o natural (la escena en que se relata el descubrimiento, el primer capítulo del libro, es tan buena que prácticamente justifica la lectura de la novela toda… ya sabés: si no vas a comprar el libro, sería bueno que te escabulleras con un ejemplar en un rincón, para leer estas primeras tres o cuatro páginas).
El escalofriante suceso logra que el pasado oculto de David como médico forense salga a la luz de los ojos del pueblo. Y, como se dice por ahí, pueblo chico, infierno grande: la ola de comentarios, suspicacias y envidia se desata, al tiempo que David se ve involucrado en la investigación del asesinato. Que, ejem, resulta no ser el único, sino apenas el más reciente de una serie que lleva ya un tiempito.
Algo apartado de los cánones del género negro, La química de la muerte se acerca bastante a novela de intriga clásica. Me explico: no hay aquí un detective hard-boiled, no hay estructuras de poder que condicionen la vida de una sociedad, no se hace evidente la presencia del dinero o del sexo como motores del delito. En cambio sí hay un escenario más o menos cerrado (el pueblo de Manham, ¡campiña inglesa!); sus personajes (el doctor, el propio investigador, el pastor en su iglesia, la maestra del pueblo, los hermanos pendencieros), y un asesino que habita dicho escenario entre dichos personajes. Como si faltara algo, no hay aquí un investigador que se valga de los golpes (aunque los sufre), las armas y “la calle” para su trabajo, sino uno que usa, por decirlo de una manera genérica, “la ciencia” (tanto la medicina forense como la lógica analítica) para resolver el misterio, con el consabido sorprendente giro final.
Beckett, que según el prólogo de Fresán se reconoce deudor tanto de Chandler como de Highsmith, construye esta historia a medio camino entre dos “estilos”. Y sale muy bien parado, gracias a la creación de David Hunter, este atormentado científico hi-tech, y su contraste con el ambiente oscuro y hostil al que lo transplanta, el pequeño pueblo de Manham.
Traducción: David Paradela
6/10
No conocía a éste escritor pero me gusta lo que has comentado. Siempre me han llamado la atención los crímenes en entornos rurales aparentemente apacibles y que esconden oscuros secretos. Buscaré el libro.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Isabel. Yo tampoco lo conocía a este Beckett, pero le di cierto crédito por haber sido "fichado" por Fresán para la Colección Roja&Negra, que mantiene un buen nivel. Igual, flipé (¿así dicen ustedes?) al hojear el primer capítulo, y ahí decidí comprarlo y leerlo todo.
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