Francis sale del escenario. Se va limpiando lágrimas y
mocos con la manga de la chaqueta. Lleva consigo la acústica. No va hacia la
sala que les hace de vestuario. Necesita salir a la calle. Se ahoga allí
dentro. Fuera, una ráfaga de viento le refresca. Echa a andar por las calles
desiertas rodeadas de almacenes abandonados. No sabe qué hacer ni adonde ir
pero reconoce ese andar sin sentido ni control y se asusta de aquella soledad
tan suya pero ahora ya definitiva, que le está aplastando contra el suelo, sin
piedad alguna. Exige a su cabeza pensar qué tipo le venderá esto o aquello o
qué mujer aún le perdonará la mitad de la mierda que le habrá echado encima.
Pero en el fondo sabe que hoy no quieres drogas y sexo. Solo quiere regresar al
país donde se enamoraba como en las canciones. Donde las canciones no mentían.
Donde uno era inmortal porque deseaba y era deseado y alguien a mil kilómetros
de allí había escrito y cantado una canción especialmente para eso, para
pasarla en tu cine particular.
En el fondo se conformaría con poder regresar a la última
vez que fue generoso.
(Carlos Zanón, Yo fui Johnny Thunders, Barcelona, RBA
Libros, 2014, pág 219)
No hay comentarios:
Publicar un comentario