viernes, 13 de enero de 2012

Antídoto contra la culpa


Atrás dejaba la tienda saqueada y una pared agujereada. De pronto, imaginé el dolor y la rabia en el rostro del propietario cuando descubriera el robo; a cada momento descubriría que le faltaba algún artículo más. Me invadieron los remordimientos, o más que remordimientos, el deseo de que el dueño de la casa de empeños tuviera un seguro. Pero inmediatamente reprimí aquellos sentimientos. No tenía que justificarme por lo que había hecho y, aunque tuviera que hacerlo era fácil imaginarse que el dueño era un avaro mísero y vil, un hombre sin compasión ni coraje. Conseguí despreciar a aquel hombre sin ni siquiera haberlo visto jamás. Era un ciudadano modelo que creía en la pena de muerte, y era un cobarde y un perro. Era una condena indiscriminada e irracional, la misma que los de su calaña me habían aplicado a mí durante toda mi vida.

(Edward Bunker, No hay bestia tan feroz, Barcelona, Sajalín Editores, 2009, pg 240)

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